Comer en la Plaza de Oriente: un sitio para la eternidad

Desde la terraza del Café de Oriente se abarca la anchura desperezada de la plaza de Oriente, que lo tiene todo, porque incluye dos palacios imponentes que se miran, un jardín de apacible espesura y una rueda de edificios de quieta nobleza.

MADRID Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Por doce euros de menú, vino incluido, se puede comer en el mítico Café de Oriente, zona terraza, con vistas no a un palacio cualquiera, sino con vistas abiertas y directas al Palacio Real, que queda enfrente, pero a una distancia perfecta, fácil y solidaria para una larga contemplación inolvidable. La contemplación, aquí, es una admiración. Esta plaza no es una plaza, sino la Plaza. Si echamos la vista a un costado, desde nuestro velador de Café, vemos la fachada sesgada del Teatro Real, que es la otra de las grandes edificaciones de este sitio desperezado, lujoso, y sosegante, acaso la plaza más hermosa de Madrid. Desde la terraza del Café de Oriente se abarca, en efecto, la anchura desperezada de esta Plaza, que lo tiene todo, porque incluye dos palacios imponentes que se miran, un jardín de apacible espesura, y una rueda de edificios de quieta nobleza, que son el broche domiciliar a este enclave de cipreses de ensimismamiento y balcones de forja añeja.

En uno de ellos estuvo, en su día de antaño, allá a mediados del XVII, el estudio del pintor Diego Velázquez, que tuvo por nombre «La Casa del Tesoro», cuando el artista tenía entre su clientela a la realeza.

Café de Oriente
Café de Oriente - MAYA BALANYÀ

La plaza resulta definitivamente majestuosa, bien trazada, blanca, y de paseo estupefaciente, según la hora. Por encima o por debajo de todo esto, está siempre presente el cielo cambiante, pero fijo de extensiones, del mejor Madrid de postal, porque en esta Plaza el cielo es otro monumento, un tesoro de luces que abre o cierra el espacio como una lenta navegación de siglos, como un quieto malabarismo de azules, como un crepúsculo donde arden las lejanías. Estamos ante una plaza de mucho cielo, ante un arrellanado espacio donde las anchuras son una especie de eternidad. Escribo esto porque la Plaza es una gran plaza de época, pero también es un plaza de película, e incluso una plaza de ensoñación, y en cualquiera de los casos regala al paseante una sólida febrícula de monumentalidad plácida, de infinitud con fuente, de tiempo parado con un barquillero en sesión de tarde.

Como echando eje de monumental aspaviento, entre los setos, en medio del verdor de geometría, se aúpa la estatua de Felipe IV, una estatua que resultó pionera en el mundo, porque inaugura en el género ecuestre un caballo encabritado, y «en corveta», que se sostiene sólo en dos patas. Para rematar el prodigio, casi milagro, en su momento, intervino Galileo Galilei, que auxiliaba así a Pietro Tacca, y al citado Velázquez. De aquí que la estatua conserve el apodo glorioso de estatua de tres genios. No es la única de la Plaza, aunque sí la más imponente. Una hilera de reyes en piedra quedan siempre ahí, de convidados mudos de los siglos. Dicen que fueron sobrante de lujo de la fachada del Palacio, donde queda la inscripción que resumió en su día la construcción colosal, y así el momento de mañana: «Para la eternidad».

Vermut con Palacio

Fachada del Anciano Rey de los Vinos, en Madrid
Fachada del Anciano Rey de los Vinos, en Madrid - MAYA BALANYÁ

En la embocadura de la calle Bailén, donde empieza o acaba la Plaza de Oriente, según se mire, queda «El Anciano Rey de los Vinos». Se trata de una de la tabernas de oro del tapeo madrileño, un local clásico, con memorable aroma añejo, donde se toma « vermut de grifo», una bebida de larga tradición en la ciudad, que ahora vive una época de moda. El vermut tiene de esencia un vino blanco, al que han macerado con hierbas y especias, hasta afinar su vibrante color caramelo. Aquí lo sirven con la aceituna preceptiva, más una rodaja de naranja. Es la usanza clásica, y en el sitio la bordan, desde 1909, cuando inauguraron. Tienen, además, tapas clásicas, incluyendo gambas o croquetas, y hasta una sartén de huevos rotos, para quien se anime a mayores. El ambiente es soleado, haya sol, o no, y nunca defrauda una atmósfera de paredes de azulejo y pizarras de mural. Cuando el buen clima, despliegan una terraza insuperable.

Ver los comentarios