Un humorista prueba su monólogo en el «open mic» del Paso de la Cebra, en Vallecas
Un humorista prueba su monólogo en el «open mic» del Paso de la Cebra, en Vallecas - ABC

Laboratorios del monólogo

De Ventas a Malasaña, pasando por Vallecas o Delicias, cómicos ilustres y novatos prueban sus chistes en espectáculos gratuitos o a precio de saldo

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En apenas un metro, entre la primera fila de mesas y el altillo del rincón que hace las veces de escenario, un cómico madura su texto sin perder detalle de la reacción del público. Es la prueba del ensayo-error, una especie de entrenamiento previo al Real Madrid-Barcelona. Si no resulta fácil adivinar qué papel desempeñará Lucas Vázquez ahora que Bale está lesionado, tampoco lo es conocer el desencaje (o no) de mandíbulas que dejará el próximo chiste sobre Soraya Sáenz de Santamaría y su parada exprés en la Gran Vía. Dos horas, ocho artistas y 15 minutos por monólogo conforman a grandes rasgos la idea del «open mic», un espacio donde las carcajadas cuentan, pero también las caras largas.

Un open es un espectáculo en el que los humoristas pueden probar texto. Su esencia se traduce con certeza al idioma de Cervantes: micrófono abierto. A disposición de cualquiera. «Todo el mundo está invitado a participar», apunta Juan, productor del show Le Petit Comité, «aunque antes llevamos a cabo una pequeña criba». Pausa. Si hay criba ya no es 100% abierto: «Nuestra principal condición es evitar el plagio, no importa que el texto sea mejor o peor, lo único que no aceptamos es que aparezca alguien con el texto de Dani Rovira o de algún cómico americano que básicamente lo que ha hecho es traducirlo al español».

El Paso de la Cebra y Hebe, en Vallecas; Rock Palace, en Delicias; el Pez Eléctrico y Café La Palma, en Malasaña, El Intruso, en Chueca o la Sala Barracuda, en Ventas, son algunos de los garitos que acogen un formato de humor con mucho arraigo en Madrid. De barrio en barrio, un monologuista tiene la oportunidad de girar de lunes a domingo sin bajarse del escenario. El circuito, además, abarca dos tipos de oportunidades. Por un lado, los novatos tienen ocasión de foguearse delante del público y por otro, los más consagrados aprovechan para probar chanzas de cara a funciones más exigentes.

El salto a salas de teatro o a locales de renombre como La Chocita del Loro nace en estos espacios. También el pase previo a salir en televisión. Pero no solo eso. Un «open mic» cumple a la perfección el dicho de que lo realmente importante no es llegar a la cima, sino saber mantenerse en ella. Así, por ejemplo, en las últimas fechas han pasado por El Intruso Jorge Cremades, Antonio Castelo o Dani Mateo. Rostros ilustres a precios irrisorios. Otras veces, el catálogo lo copan aquellos que van a ensayar de cara al canal Comedy Central, antes llamado Paramount Comedy.

Explicar en qué consiste este espectáculo es el primer paso para evitar sorpresas desagradables. «Siempre conviene recalcar que es humor en pruebas. Aquí hay más riesgo», advierte Elsa Ruiz -más conocida como Noah Constrictor-, que muestra sus trucos a la hora de conducir un show: «Es importante generar un ambiente donde todo el mundo esté cómodo. Si veo que un individuo está respondón, hago alguna gracia para rebajar la tensión». Igualmente, el manejo de los tiempos resulta esencial a lo largo de todo el desarrollo. «En el caso de que falle algún cómico, suelo alargar las presentaciones o hacer más largos los bloques de entrada y final», remarca José Castro, presentador de Tumor Ninja.

Origen malasañero

Para remontarse al primer «open mic» en España hay que echar la vista a un cubil malasañero más de 15 años atrás. «En el 98 nos juntamos en el Triskel unos cuantos cómicos, entre los cuales estaban Ignatius Farray, Fernando Villena, Gustavo Biosca -El Cómico Suicida-, Borja Sumozas... fue el primer experimento», resume Jorge Segura, creador y maestro de ceremonias del Madrid Comedy Club. Sin embargo, el carácter caótico del proyecto provocó, además de su propia deriva, un cambio importante en las instrucciones de juego. «Los humoristas se fueron marchando hasta que me quedé yo solo de los originales. Hubo un momento en que me rallé, lo dejé en otras manos y me fui a Chicago y Nueva York con la idea de crear mi propio show», prosigue Segura.

A su vuelta, nació Madrid Comedy Club. Fue el primer open con reglas. Con un presentador y tiempo definido por comediante. Hoy, tres lustros después, el fenómeno aún vive de un particular «boom» experimentado tras la llegada de la crisis. «El público empezó a demandar una oferta de ocio mucho más barata», apunta Vera Montessori, cómica y fundadora de Le Petit Comité, para quien «la relación calidad-precio» acercó el espectáculo al público masivo.

En algunos casos la entrada es libre, mientras que en otros, apenas alcanzan los cinco euros. Surge aquí la principal dicotomía del «micro» abierto. Cobrar, aunque sea de forma casi simbólica, o no cobrar. «En España la gente no está muy educada para aceptar lo gratuito. No mola nada empezar el monólogo y ver a un grupo comportándose como si estuvieran en un bar normal», avisa Denny Horror, con seis años a la espalda en Comedy Central y, «otros tantos», en los open. «A mi me gusta que el público pague entrada porque es una responsabilidad mutua», sentencia. En el otro lado, José Castro explica que en Tumor Ninja no cobran porque así «es más accesible» para todos. «Aunque en cierta forma regalamos la cultura», sostiene.

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