Ignacio Camacho - UNA RAYA EN EL AGUA

La familia política

La exhibición de nepotismo revela cómo el PSOE ha patrimonializado la Junta. De latifundio político a empresa familiar

Ignacio Camacho
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Treinta y cinco años ininterrumpidos en el poder conducen de forma ineluctable a un régimen: un aparato político dominante ramificado en estructuras clientelares construidas en su propio beneficio. Eso es la Junta de Andalucía; su plena legitimidad democrática, revalidada en elecciones limpias, no impide que su condición institucional haya quedado diluida de facto en la de un latifundio de partido. El hecho diferencial de la autonomía andaluza consiste en la longeva impunidad electoral de una organización capaz de convertir el Gobierno en una mera entidad bajo su patrocinio.

La idea de que la Junta y el PSOE son la misma cosa está arraigada en la sociedad andaluza. De hecho forma parte decisiva del marco mental que facilita la hegemonía socialista.

Ese concepto patrimonial del poder, fundamentado en una larga permanencia, ha permitido la absolución política de abusos que toda la opinión pública conoce y contempla con la naturalidad de un fenómeno meteorológico. El clientelismo, la arbitrariedad concursal, la desigualdad de oportunidades, la subordinación de la sociedad civil, el enchufismo. Ni siquiera el escándalo de los EREs logró, pese a su nefasta popularidad, sacudir las vigas maestras de un sistema invulnerable a sus propios vicios.

ABC reveló ayer que la agencia pública IDEA, encargada de pagar los EREs y otros mecanismos de incentivos y subvenciones, está administrada por una nómina de empleados reclutados a base del más desahogado nepotismo. Dirigentes del PSOE, ex asesores, cónyuges, hermanos, primos, nueras, sobrinos. Toda una exhibición de parentesco que revela el concepto no sólo patrimonial sino familiar del ámbito político. Nada que los andaluces no sepan o imaginen. Nada que consideren extraño. Nada tampoco que constituya un motivo de penalización electoral o de repudio decisivo.

De ahí que la presidenta Susana Díaz, educada en esa suerte de supremacía natural, se haya encogido de hombros; tiene mayores preocupaciones en la crisis nacional de su partido. Para ella, bebé probeta de ese régimen en el que siempre ha vivido, debe de tratarse del simple orden de las cosas; si el procedimiento de contratación ha sido legal no encuentra reparo ético o estético. De hecho sucede lo mismo desde hace décadas; una Administración copada de forma invasiva por la nomenclatura que el PSOE cultiva como un vivero.

Apalancados en esa estabilidad viciada, que le proporciona la segura referencia de un feudo, los responsables del bastión socialista tienden sin embargo a desoír las señales de su propio cuarteamiento. Nada dura siempre ni hay conducta invulnerable al tiempo. A Díaz le honra su firmeza ante el populismo pero en esta política volátil los paradigmas cambian a velocidad de vértigo. La propuesta insurgente de Podemos crece por casos como éstos. Y para aspirar al liderazgo de un país hay que tener en orden de revista el patio trasero.

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