Manuel Contreras - PUNTADAS SIN HILO

Currito el del Vacie

Al mundo le han dado la vuelta como un calcetín, pero El Vacie sigue igual que hace 70 años

Manuel Contreras
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Cuando mi madre era pequeña, en la dura Sevilla de los años 40, un día se presentó en su casa con un crío de su misma edad, apenas siete u ocho añitos, de pelo hirsuto, vestido con harapos y embadurnado en suciedad. Habían coincidido por la calle y mi madre, a quien la bondad ya le rebosaba, le invitó a su casa en un arranque de solidario desparpajo. Cuentan las crónicas familiares que Currito, que así dijo llamarse el niño, era un pequeño salvaje que profería improperios que harían palidecer a un tabernero portuario, pero mi abuela lo amansó mediante un buen baño caliente y una merienda como la que probablemente no había visto aquel pobre niño en su vida.

Cuando llegó el momento de devolverlo con su familia, resultó que Currito provenía de un asentamiento de familias trashumantes instaladas a la espalda del cementerio, una zona insalubre donde esta pobre gente malvivía en condiciones deplorables. Aquel maloliente enclave se llamaba El Vacie. Encariñados con el agreste chaval, mi madre y mi abuela acudieron puntualmente durante una buena temporada a llevar comida a Currito el del Vacie, que así quedó bautizado este Greystoke local. Un buen día su familia desapareció y nunca más volvieron a saber de él, pero por casa de mis padres todavía ronda alguna fotografía en la que se puede ver a Currito el del Vacie jugando con mi madre en el patio de su casa.

Han pasado más de setenta años desde aquel episodio que ejemplifica las terribles carencias de aquella España de cartillas de racionamiento y estraperlo. Desde entonces el mundo ha cambiado mucho. La economía se fue recuperando, se reactivó el comercio y el crecimiento urbano modernizó las viviendas. Se extendió el uso del teléfono y del coche y el pluriempleo dejó paso a trabajos mejores. La estabilidad económica trajo las vacaciones, las vacaciones el turismo y el turismo el bikini. Poco a poco nos abrimos al exterior, primero con timidez, luego con curiosidad. Vino el Rey, la democracia y la libertad. Nos hicimos modernos, tanto que ganó el PSOE, y hasta deslumbramos al mundo con los Juegos Olímpicos y la Expo. Vinieron las autopistas, el AVE, los vuelos baratos y hasta el coche eléctrico. El correo dio paso al e-mail, el telegrama al WhatsAp y la conferencia telefónica al Skype. Vino Microsoft, y Apple, y Google, y nos hicieron sentirnos más libres que nunca, pese a que jamás hemos estado tan vigilados.

Sí, al mundo le han dado la vuelta como un calcetín, pero en Sevilla cualquier crío de hoy podría llevarse a su casa a un Currito el del Vacie, igual que le ocurrió a mi madre hace más de setenta años. El asentamiento sigue en el mismo lugar, con niños malvestidos y sin escolarizar correteando por los alrededores. La Unión Europea pone ahora dinero para su erradicación: a uno casi le entran ganas de proponer que lo dejen ahí, como un monumento. Un mausoleo que mitigue nuestra euforia y nos recuerde que por muchos logros y progreso que alcancemos, siempre hay un fracaso pendiente del que avergonzarnos.

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