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Zuloaga en sevilla

Contemplando los lienzos de Zuloaga he disfrutado su mirada sobre Sevilla en general y Alcalá de Guadaíra en particular

Retrato de la condesa Mathieu de Noailles, 1913. Una de las pinturas de la muestra ABC
Fernando Iwasaki

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Fui a la Fundación Mapfre de Madrid para visitar la exposición del pintor Ignacio Zuloaga (1870-1945) y he regresado fascinado y traspuesto. Siempre había asociado a Zuloaga con la «España Negra» y esta muestra maravillosa me ha cambiado la percepción que tenía del artista eibarrés.

Podría detenerme gozoso comentando cada uno de los lienzos de Zuloaga, pero deseo ponderar el criterio de la exposición porque la comisaria —Leyre Bozal Chamorro— ha sabido recrear los contextos artísticos de Zuloaga para que podamos apreciar mejor la valía de su obra. De hecho, el propio título de la muestra, «Ignacio Zuloaga en el París de la Belle Époque (1889-1914)» revela el propósito de hacer dialogar a Zuloaga con sus contemporáneos y dicho cometido se supera con creces, pues el visitante descubre las relaciones del pintor vasco con Paul Gauguin, Émile Bernard, Paul Sérusier, Jacques Émile Blanche y sobre todo con el escultor Auguste Rodin, a quien le constaba que Zuloaga no era tan valorado en España como lo era en el resto de Europa.

Otro aspecto encomiable del criterio de la exposición es la exhibición de las pinturas que formaron parte de la colección personal de Zuloaga, donde hallamos obras de Goya, El Greco y Zurbarán. La pinacoteca del pintor es como la biblioteca del escritor, una suerte de auto-retrato. Así, sabiendo que Zuloaga no sólo admiraba sino que atesora obras del Greco, uno advierte la impronta del maestro en cuadros de la muestra como «La Celestina», «El Cristo de la sangre», «Mujeres de Segovia» y especialmente «Monje en éxtasis». El breve espacio de esta columna me impide seguir hablando del magisterio de Goya en sus temas o de Zurbarán en sus pinceladas, aunque valga este apunte como una pequeña pista de todo lo que el visitante podría descubrir.

Sin embargo, una de las cosas que más he disfrutado contemplando los lienzos de Zuloaga ha sido su mirada sobre Sevilla en general y Alcalá de Guadaíra en particular, donde el pintor se instaló como empleado de una compañía minera, llegando incluso a estoquear un novillo en un festejo, tal como lo documentó José Romero Portillo en su espléndido libro «Ignacio Zuloaga en Sevilla» (2015). De hecho, el mote taurino de Zuloaga era «El Pintor» y ello revela que la pintura fue su actividad más conocida durante sus años de residencia sevillana, dejándonos cuadros de una delicada e inquietante belleza como «Víspera de la corrida», «Preparativos para la corrida», «Torero de pueblo», «Las dos amigas», «Las tres primas» o el bello retrato dedicado a una «mujer de Alcalá de Guadaíra». Por otro lado, en Sevilla Zuloaga coincidió con su amigo Émile Bernard y la exposición reúne los cuadros que ambos artistas pintaron en Sevilla.

Es una pena que la exposición de Zuloaga no tenga previsto venir a Sevilla, pero congratulémonos de que la Fundación Mapfre haya realizado el esfuerzo de reunir en Madrid la obra de uno de los artistas esenciales de la pintura española.

www.fernandoiwasaki.com

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