LA FERIA DE LAS VANIDADES

La vuelta a España en 80 años

La perspectiva temporal le sienta bien al Rey que supo coser las costuras de la España abierta en canal

Los Reyes eméritos, Juan carlos y Sofía, durante la celebración de la Pascua Militar JUANJO MARTÍN
Francisco Robles

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Nació en el exilio al que irían a parar los perdedores de esa guerra cruel que dividió a España en dos bandos irreconciliables. Vino al mundo cuando las entrañas estaban abiertas por la parte que más duele, por las vísceras del odio, por las tripas del rencor. Su vida es la alegoría de la España que tuvo que sufrir la desolación de la guerra y la tiniebla de la posguerra, los años del aislamiento, la división que parecía eterna, como una condena que estuviera alojada en la médula de nuestra historia. Las dos Españas frente a frente. Las dos Españas del XIX que enfrentaban a castizos contra afrancesados, a carlistas contra isabelinos, a reaccionarios contra progresistas, a conservadores contra liberales. Siempre la raya en medio, alta como un muro, punzante como los espinos de una alambrada insomne.

Cuando llegó al poder, casi todos creían que iba a ser Juan Carlos I el Breve. Le daban muy pocos años, incluso meses a su reinado. Pues ahí sigue. Ha cumplido los 80 tacos de almanaque como emérito, que no es poco mérito en un país donde nadie quiere perder la poltrona. Ya hizo algo parecido cuando se despojó de los poderes que había recibido. En lugar de conservarlos, como hace todo político que se precie, se los devolvió al pueblo español en un gesto histórico que todavía no ha sido valorado. Ahí está su grandeza, en esa forma de condensar el papel de la Corona en los cometidos propios de la institución en un país moderno, europeo, avanzado. Para ello eligió al arquitecto que supo levantar un edificio que nadie había alzado en España: Torcuato Fernández Miranda diseñó esa obra de arquitectura civil y democrática que ha hecho posible el periodo más brillante de nuestra historia.

Ya se sabe que en estos tiempos de faltones y rufianes es mucho más agradecido, en ciertos ámbitos del pensamiento políticamente correcto y maleducadamente incorrecto, despotricar del Rey para dárselas de revolucionario y esas cosas. Como si lo que hizo hace cuarenta y dos años no hubiera sido la mejor revolución que ha vivido España en su larga y convulsa historia. Como si esa forma de pasar de una dictadura a una democracia no hubiese sido la envidia del mundo civilizado, como se resaltó entonces en todos los foros internacionales más prestigiosos. Pero ya se sabe que viste más la demagogia barata que el análisis sereno y riguroso que se apoya en la Historia con mayúscula.

Con los claroscuros propios de cualquier hombre público que haya estado cuarenta años en el punto de mira, la figura de Juan Carlos I se acrecienta cada día que pasa. La perspectiva temporal le sienta bien al Rey que supo coser las costuras de la España abierta en canal. Rey de monárquicos y republicanos, de jacobinos y nacionalistas, de conservadores y socialistas, de la izquierda y la derecha. Y desde el minuto uno. Desde aquel discurso en las Cortes Generales con los procuradores franquistas guardándole el luto al dictador, que es lo que tiene mérito. Sin caer en la adulación cortesana hay que felicitar al Rey que le dio la vuelta a España en todos los sentidos del término, y que cumple 80 años después de habernos dejado en herencia a Felipe VI. Dicho queda.

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