MEMORIA DE DICIEMBRE

Voluntarios

Esa gente hace que el mundo no se nos atragante de asco, de ruindad. Gente que se da, y se da con alegría

Los voluntarios hacen una labor callada pero fundamental ROLDÁN SERRANO
Antonio García Barbeito

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Con qué facilidad decimos que hay mucha mala gente, y qué trabajito nos cuesta reconocer la cantidad de gente buena que hay, que la hay, lo que pasa es que suenan menos, porque si una mala acción la guardamos dentro hasta el momento de devolverla y la pregonamos sin descanso a los cuatro vientos, a las buenas acciones casi siempre les ponemos sordina y, si las comentamos, lo hacemos con el añadido de una coletilla muy al uso: «Sus miras llevará»; o bien con algo peor.

Ni se disfrazan de servidumbre ni piden cámaras; ni salen en ningún sitio, ni falta que les hace; ni van de santos ni quieren serlo. Se dedican a hacer, calladamente, obedientes a un credo o a unas intenciones, o a su natural predisposición. Por las calles de la ciudad hay decenas de jóvenes voluntarios que todas las noches les llevan comida a los mendigos abandonados incluso por ellos mismos, los mendigos. Son chavales jóvenes que no aprovechan un día determinado que saben que los van a ver todos; que junto a los jóvenes que pasan con bolsas cargadas de botellas de bebidas para alguna botellona, hay jóvenes voluntarios que pasan con otras bolsas, bolsas de caridad que buscan a las personas más necesitadas, a los callejeros que no tienen ni fuerzas para ir a un comedor social y, quizá sin saberlo, recitan al Manuel Machado de «Adelfos»: «Que la vida se tome la pena de matarme, / ya que yo no me tomo la pena de vivir». Y ya que nombramos comedores sociales, ¿cuántos voluntarios hay en esos comedores, sirviendo comida y repartiendo cariño, mimos, calor, cercanía? Jóvenes y no tan jóvenes. Hay mala gente, sí, claro, pero hay muy buena gente en el mundo. He visto en las noches de diciembre, cuando el estómago necesitado es un silencioso grito de tripas, a muchas personas que desde su parroquia o desde su casa-hermandad salían cargadas de bolsas de comida para repartirlas, como si fueran mozos de supermercado, en los sitios donde saben que alguien espera un recuerdo y un detalle de la caridad. Hombres que lo abandonan todo un día y otro, con tal de darse a los demás; mujeres que cuando terminan su trabajo o la faena en su casa, salen a una impagable labor de voluntariado, a planchar, a servir comida, a servir. Esa gente así es la que hace que el mundo no se nos atragante de asco, de ruindad, de miseria. Gente que se da, y se da con alegría; gente que, aunque esté segura de que nunca será el otro, se hace una con el otro. Benditos voluntarios del día a día, hijos del amor, anónimos corazones que no saben latir sin el corazón del otro, siempre necesitado. Benditos.

antoniogbarbeito@gmail.com

Este artículo fue publicado el 11 de diciembre de 2015

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