LA FERIA DE LAS VANIDADES

Tienes que venir a Cádiz

Que venga doña Nuria y que se traiga a doña Inés. Seguro que al cabo de una semana pedirá la independencia... de la Tacita de Plata

Jóvenes juegan en una playa de Cádiz ABC
Francisco Robles

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¿Por qué no vuelves a Cádiz? Se lo ha dicho la muy independentista Nuria de Gispert a la jerezana de nación Inés Arrimadas. Así demuestra doña Nuria, que fue presidenta del Parlamento de Cataluña antes de la jacarandosa Forcadell, su apertura de miras y su bondad natural. Vamos a ver… ¿Hay algo que alguien pueda desearle a otra persona con más limpieza de corazón y más altura de miras? Volver a Cádiz es regresar a la Arcadia, al paraíso en el cachito de tierra que le ha robaíto al mar, como reza la letra de la cantiña. Volver a Cádiz es reencontrarse con uno mismo en el espejo de la salada claridad, de la belleza infinita que se ondula en Santa María del Mar y que en la Caleta es la plata quieta que cinceló Burgos para la historia.

Ya puestos, y para ahorrar si vienen en coche, podríamos traernos a doña Nuria con doña Inés. De esta forma la señora Gispert, independentista hasta el tuétano, podría comprobar lo mal que se vive en Cádiz, el horror de asomarse al malecón de Catedral en un atardecer de naranja y sal, el malaje que hay en la Viña, donde no se ríe nadie aunque le toque la lotería que se anuncia con un cortometraje machista y sexista: sí, hay gente pa tó, y han denunciado a Amenábar, Amenábar, moro de la morería, por sacar a una marciana ida. Doña Nuria se hará más independentista todavía cuando pruebe el pescao de un freidor, cuando se tome un ostión o una cañaílla, cuando se asome al baluarte de la Candelaria y vea la eternidad del espacio en la infinitud sin tiempo de la mar.

A doña Nuria, tachada de xenófoba por los que no han entendido el mensaje subliminal que le arrimó a la Arrimadas, le sorprenderá lo triste que es el carnaval en la calle, la vergüenza que siente el gaditano cuando se disfraza, o el nulo dominio de la lengua que tenían Alberti, Pemán y Quiñones, un trío con premio. Por no hablar de lo bien que desafinaba un tal Falla cuando escribía amores brujos, o cuando trasladaba al pentagrama las noches en los jardines fascistas de España. En cuanto al flamenco, ¿qué se puede esperar del eco de Enrique el Mellizo, de Aurelio, de la Perla o de ese Pericón que contaba unos embustes tan buenos que habría que llamarlo Pericont?

Que doña Nuria vaya a Cádiz y que se traiga, de camino, a su sucesora Forcadell, la mujer ideal para alegrar una caseta de feria, para animar una carreta del Rocío, para darle al carnaval gaditano ese toque de gracia que le falta. Porque allí, como son más ricos, viven de otra manera, sin las penas que exhibimos aquí cuando llegan las fiestas o cuando nos reunimos para llorar en grupo. Al final tienen razón los que exigen la independencia, porque aquí somos unos tristes que les robamos el gozo de estar vivos. Y, además, desde hace dos días. Cádiz solo tiene tres mil años de historia, que comparados con los tres siglos que se celebran en la Diada son un ratito.

Que venga doña Nuria y que se traiga a doña Inés. Seguro que al cabo de una semana pedirá la independencia… de la Tacita de Plata. Fronteras en Puerta Tierra. El gadita como lengua oficial. Y un lema mejor que el España nos roba. Esto es Cádiz y aquí hay que mamar. Que quien te mama y te quiere, nunca te podrá olvidar. Ole, ole y ole.

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