ECONOMISTA EN EL TEJADO

El sano juicio

La historia enseña que la desesperación renovadora acude con frecuencia al magnicidio o a la declaración de incapacidad

Mariano Rajoy, presidente del Gobierno IGNACIO GIL
Manuel Ángel Martín

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Ya en enero de 2012 tertulianos y analistas de partido pedían indignados la dimisión de Rajoy, recién investido el 20 de diciembre de 2011; estamos en 2018 y sigue, presidencialmente, vivito y coleando. Recuerdo que la causa fundamental de esa radical petición era los incumplimientos de sus promesas electorales, sobre todo en lo referente a la subida de impuestos que antes había propuesto rebajar. Así que va para más de seis años que la oposición intenta que se vaya, atacando por la tierra de la movida callejera, el mar de las reprobaciones y las censuras, y el aire de la corrupción política. Y ahí sigue. En la X, la XI y la XII Legislaturas; en mayoría, en funciones, en minoría, todo parece indicar que de ser un mal, es un mal menor y que los de enfrente ni se fían entre ellos, ni se atreven con la responsabilidad, ni convencen a aquellos en quienes reside la soberanía. No se despega ni con agua caliente. En estos casos, la historia enseña que la desesperación renovadora acude con frecuencia al magnicidio o a la declaración de incapacidad, y no se alarmen que no estoy dando ideas, por otro lado bien conocidas. Lo de la incapacidad por locura o desequilibrios mentales tiene sus dificultades a la vista de la retahíla de «locos egregios» (no sólo césares, autócratas o dictadores) que han gobernado y gobiernan con claro éxito de prensa y público, pero no deja de ser una táctica muy usada. Los estalinistas utilizaron con profusión los psiquiátricos como alternativa al Gulag, e interpretaron a su gusto y manera aquello de Eurípides: «Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco». De creer a los medios habitualmente críticos, el éxito editorial del momento es «Fire and Fury», un testimonio de interioridades de la Casa Blanca «trumpiana» que ha llenado de alborozo a quienes quieren echar al presidente, y que, de paso, vuelve a rescatar la hipótesis de su falta de salud mental, sospecha avalada por psiquiatras a distancia.

Que Trump es antiestético, populista, ultraconservador y un barril de nitroglicerina política (siempre me evoca «El salario del miedo» de Clouzot) parece tan innegable como que después de un año, el crecimiento, el desempleo, el bienestar y el protagonismo internacional se sitúan en niveles que hacen poco probable el «impeachment» o el rechazo electoral en EE.UU. Yo pienso que el libro de marras va más bien a intentar que pierda los nervios y meta la pata, si fuera posible hasta el corvejón de la renuncia. Si ahora vuelvo a Rajoy no es tanto para desanimar la impensable aparición de algún libelo escandaloso, porque el personaje es más bien aburrido, sino para advertir que el entorno también juega a su favor. En general exhibe un sano juicio, que no se les puede negar a muchos ciudadanos españoles, ni mucho menos a los magistrados del Tribunal Supremo. Aquí, los que han perdido el juicio (en su doble sentido) son otros y no están lejos.

@eneltejado

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