CARDO MÁXIMO

El que sacude la mano

Lo más sorprendente es que la detención de Eduardo Zaplana no ha sorprendido. Ni lo más mínimo. Ni a nadie

Javier Rubio

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Será cuestión de costumbre, será cuestión de hartazgo o será que las conciencias se han encallecido de tal modo que ya nada espanta. El martes detuvieron a un exministro y ayer lo tuvo la Guardia Civil de la ceca a la meca en busca de papeles comprometedores, pero ni mucho menos se ha visto por ningún lado la oleada de indignación que solía acompañar episodios tan funestos como el del encarcelamiento de un miembro del Ejecutivo al que se le descubre una fortuna escondida fuera de nuestras fronteras producto -presuntamente, claro está- de arramblar con mordidas por concesiones administrativas. Los mismos periódicos, que echaban humo cuando enchironaron a Rodrigo Rato y aullaban cuando se descubrió lo afanado por Luis Roldán, dábamos ayer la noticia como desmayada. Me atrevería a decir que los lectores también arrastraban los pies.

Lo más sorprendente es que la detención de Eduardo Zaplana no ha sorprendido. Ni lo más mínimo. Ni a nadie. Amortizado políticamente, los suyos reniegan de su memoria y se arrepienten de haber confiado en él; la multinacional que le pagaba le rescindió el contrato antes incluso de montarse en el coche policial y el partido para el que ganó elecciones lo suspendió de militancia sin mayor interés en defender su causa ni su inocencia. Se acabó. Allá se las componga, nadie va a salir en su defensa. Ni la enfermedad de la que se trata le servirá de dispensa para que alguien le dedique siquiera una ojeada de compasión.

Odia el delito y compadece al delincuente. La máxima de Concepción Arenal se viene a la mente en casos como el de Zaplana para el que no hay excusa alguna ni justificación posible. Pero se hace preciso ponerla en práctica por higiene democrática. Necesitamos superar el abatimiento que nos causa la corrupción entendida como un fenómeno de la naturaleza como el pedrisco, que acompaña el ejercicio del poder. No y mil veces, no. Estamos necesitados de exaltar las biografías de servidores públicos virtuosos, políticos abnegados que rinden lo mejor de sí mismos sin buscar su provecho. Seguro que usted los conoce. No todos son iguales, por mucho que nos quieran hacer ver lo contrario. Y no es inevitable que el que llega a un cargo público de fuste lo aproveche en su propio beneficio. No y mil veces, no. La democracia permite elegir y cambiar a las personas. Es necesario repetirlo. Como perentorio se hace encontrar a quienes procedan con justicia y hablen con rectitud, personas que rehúsen el lucro de la opresión, sacudan la mano rechazando el soborno y tapen su oído a propuestas sanguinarias. Lo dejó dicho, hace 2.800 años, el profeta Isaías. Para quien quiera escucharlo.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación