LA ALBERCA

la quinta del Betis

La mejor generación de béticos es la de los chavales que tienen ahora entre siete y doce años

Los jugadores del Betis celebrando uno de los goles marcados en el derbi RAÚL DOBLADO
Alberto García Reyes

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Cuando Tello se desbocó en las postrimerías, a la hora en la que el Santísimo se paseaba por San Lorenzo, y en su galope arrastró todas las esperanzas que hemos ido orillando durante estos años de golpes y más golpes, el chiquillo se alborotó como yo no lo había visto nunca. Ataviado con su equipación nueva, la de la carta de los Reyes, y con la bufanda amarrada a la muñeca durante todo el partido, se arrodilló y gritó una misma frase no sé cuántas veces seguidas mientras palmeaba el suelo: «¡El Betis es mu grande!». La escena me emocionó mucho más que la victoria. Porque me ha convencido definitivamente de que el beticismo no es una cuestión de pertenencia, sino de identidad. Al Betis uno no se apunta cuando quiere porque es una condición, no una elección. Lo sé con certeza porque en ese momento recordé la charla que tuvimos el niño y yo en el descanso del último derbi en el Villamarín. Íbamos ganando uno a cero y el chaval me dijo: «Yo creo que hoy sí va a ser, papá». Del callo que tengo en los tuétanos me salió la respuesta: «No te vengas arriba, hijo, que somos del Betis». Acabamos perdiendo uno a dos. Y camino de casa el niño me hizo una pregunta durísima: «Papá, ¿tú crees que yo veré alguna vez ganarle al Sevilla? La que me van a dar mañana otra vez en el colegio». «Lo veremos, ten paciencia», le murmuré. Y él puso la sentencia: «Da igual, somos del Betis y ya está».

Es muy difícil describir con exactitud el momento en que Tello metió el quinto. Porque la última vez que ganamos, mi hijo tenía sólo seis años. No recuerda nada. Hasta ayer, sólo tenía memoria del fracaso. Por eso el alivio fue tan importante. Y por eso lo hemos celebrado: por mera fortaleza. Quien diga que festejar un triunfo así es una mediocridad sólo puede ser un malcriado. Nosotros hemos entendido a palos que la lealtad no se vende, que por mucho que nos humillen jamás renegaremos de nuestros principios. Y esa lección, de la que me enorgullezco como padre, es mucho más fácil de impartir en Heliópolis. El fútbol no es trascendente y actualmente tiene muchos intríngulis despreciables, pero también tiene valores fundamentales. «Somos del Betis y ya está» es una frase de una inmensa importancia porque encierra una virtud moral básica: la fidelidad por encima de cualquier coyuntura. Y eso me lleva a una conclusión personalmente conmovedora: los niños que actualmente tienen entre siete y doce años conforman la gran quinta bética. La quinta de los cinco en Nervión. Nuestros mayores fueron a ver al equipo en Tercera y construyeron un relato de la penuria que nos sirvió para arrebatarnos cualquier atisbo de soberbia. Y nuestros hijos han escrito una historia de esperanza que nos ha enseñado a sufrir sin apostatar jamás de nuestra fe.

El otro día, un amigo del alma, muy sevillista, le preguntó a mi hijo que por qué es del Betis. La respuesta del niño fue sencilla e irrebatible: «Por mi padre». Lo que no sabe todavía es que yo, cuando lo vi palmeando el suelo desesperadamente el día de Reyes por la noche, descubrí que a partir de ahora seré del Betis por él.

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