LA FERIA DE LAS VANIDADES

Puigdemont de Cádiz

Este personaje viene pidiendo coplas, lo mismo que la Lola de los Machado cuando se fue a los puertos y la Isla se quedó sola

Carles Puigdemont, durante un acto en Bruselas EFE
Francisco Robles

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LA frase de Marx está tan quemada como el personaje que se empeña en machacarla. La historia siempre se repite, la primera vez como tragedia y la segunda como farsa. Cuando Napoleón sucumbió en Waterloo, como cantaba Pericón de Cádiz, el conquistador Wellington soltó una reflexión que sigue removiendo el escalofrío. Sostenía el duque que lo más doloroso del mundo era perder una batalla, y que el siguiente puesto en la escala del espanto era ganarla. Waterloo fue una escabechina que nada tiene que ver con la canción de Abba, con los trajes femeninos deslumbrantes y llenos de colorines. Y Pericón, que también le cantó al hecho histórico con la luz de Cádiz en su cimbreante garganta, fue uno de los mayores embusteros de todos los tiempos. Pericón contaba embustes, no las mentiras de Puigdemont, que se ha ido a Waterloo como si fuera Wellington. Las cosas que hay que ver.

Puigdemont es una careta que trae las gomillas de serie. Su delirio es carne de diván y de esperpento. Su casa alquilada en Waterloo es una forma de seguir en el lío. Un lío chungo, no como el de la canción de Ana Belén. Puigdemont se ha liado la manta a la cabeza y se cree una mezcla de Napoleón el del coñac y de Wellington el del solomillo envuelto en hojaldre. Lo de menos es que tenga tres water en Waterloo, o que disponga de una sauna que le permitirá ganarse el pan —y el paté de algas— con el sudor de su flequillo. Después de las fotos del móvil, a Puigdewellington hay que sacarle una en la sauna. A pecho casi descubierto. Toalla húmeda. Sonriente y provocando. Aquí estoy. Sudando la gota gorda.

Gorda se lio en Waterloo cuando se enfrentaron aquellos dos colosos. El inglés que vivía en la londinense Apsley House donde cuelga «El aguador de Sevilla» le ganó la partida al corso que se iría al destierro de verdad. Con el paso del tiempo, sus compatriotas le infligieron una severa derrota a Wellington, echándolo del Gobierno que presidía: lo pasaron por el cuchillo de las urnas. A Puigdemont están haciéndole lo mismo, pero la navaja es trapera y de Albacete, charnega y de doble filo aunque la manejen los suyos. Este tipo no aprende de la historia, y así le va.

El vencedor Wellington sabía que un campo después de la batalla es un estercolero de sangre, por mucho que la victoria huela a laurel. Puigdemont ignora que un proceso independentista genera odio y pobreza, trincheras y rencor. Pero nunca lo reconocerá. Los iluminados se vuelven ciegos de tanto mirar al sol. Los románticos preferimos esta luna compartida, o la luz de Cádiz que no es un embuste de Pericón, sino una manera de gozar del mundo y de la libertad. Eso no lo entienden los nacionalistas de la matraca perpetua revisable. Y ellos se lo pierden.

Puigdemont debería dejarse de Waterloo y venirse a la Tácita de Plata donde también cayó Napoleón. Pasaría desapercibido, porque iría disfrazado de sí mismo. Seguro que lo fichaba una chirigota. O formaba un cuarteto con Junqueras y los romeros de Estremeces. Este personaje viene pidiendo coplas, lo mismo que la Lola de los Machado cuando se fue a los puertos y la Isla se quedó sola. Que se lo traiga Kichi. Y que le cambie la sauna por un partidito. Lo que íbamos a disfrutar…

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