LA TRIBU

Pastor de luces

El pastor de luces vive así, hijo y padre de la luz, hermano de ella, ella misma, de tanto acercarse

Antonio García Barbeito

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Ya se ha hecho con el rebaño, ya lo tiene controlado, ya sabe que se va solo al careo y solo entra en el redil, cuando la sobretarde apunta andares de lubricán. Los perros de las sombras no tendrán que ladrar, irán más de compañía, porque el rebaño de luces ya se ha hecho a las órdenes no dadas del pastor. «Ya estas luces se guardan solas…», dice el pastor. Yo le digo que es ganadero de luces, pero él insiste en que sólo es pastor, porque no las cría sino que las guarda, en cuanto ve que el rebaño necesita sentir que alguien que lo mima está cerca, pendiente de todas las luces; alerta, si un aullido de tormenta o de aviso de lluvia inesperada salta los bardos del campo y las asusta. Pastor de luces. Nadie las guarda como él. Las conoce a todas por su nombre, por su pelo, por su forma de andar, de pararse, de entretenerse, de ocuparlo todo o de esconderse. Pastor de luces.

Mayo viene con soles en las manos, y hay días que ya han señalado con el 30 en las cachas, y soles así ultiman la madurez del trigo y espantan las últimas flores de los árboles para dejar en el nido de las ramas sólo huevos de frutos. Y el pastor de luces lo sabe. Como también sabe que si un viento le cambia la cara a los días tendrá que darse prisas para recoger su rebaño, si no quiere que lo empapen unos días de chaparrones grandes que incluso pueden traer garrochas de rayos bajo el brazo de las nubes. El pastor de luces lleva muchos años guardando su rebaño, desde febrero a noviembre, y sabe que en esa local trashumancia suya ni todo amanecer claro garantiza sol entero hasta el ocaso, ni cualquier reunión de nubes ha de causar alarma. El pastor de luces mira la cara del lubricán, sobre todo, y por ahí se guía para el día siguiente. Y se unta saliva en un dedo, lo levanta al aire y sabe por dónde van o pueden venir los vientos. Y escarba un poco la tierra, y mira las hojas de los árboles, y observa el comportamiento de los pájaros de los perros, de las caballerías, de las gallinas… El pastor de luces vive así, hijo y padre de la luz, hermano de ella, ella misma, de tanto acercarse. Su mundo es ese, el del rebaño que sale al alba y se recoge al anochecer, y entre ese rebaño anda él, el pastor, como quien no sabe —en verdad, no sabe— andar otro territorio. No conoce las luces de la ciudad, no sabe cómo se comportan, porque necesita ver al rebaño en su terreno, no en redil de calles, plazas y agobio de tráfico y de gente. Su rebaño pace aquí, en estas tierras, entre esos árboles, junto a esas matas, en el lujo abierto del campo hermoso que se abre por mayo. Bendito pastor de luces, qué envidia de tu pastoreo…

antoniogbarbeito@gmail.com

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