EL RECUADRO

Luz de noviembre

Somos «hermanos de luz» de los largos atardeceres y ahora vamos de disciplinantes de la oscuridad temprana, tan europea

La Giralda parece distinta bajo la luz de noviembre J. M. SERRANO
Antonio Burgos

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Ayer, a las 6 y 10 de la tarde, se puso el sol de Sevilla por detrás del Cerro de Santa Brígida, por detrás de los tejados y paredes de cal de Triana que, vistos desde el puente, parecen un cuadro del mejor Juan Gris. Ayer, como todos los atardeceres de estos otoños de doradas arboledas en las largas avenidas del Parque, se echó la noche encima antes de que nos diéramos cuenta. A las seis y media de la tarde era ya noche cerrada. Precisamente a la hora en que, por la primavera, cuando los vencejos hacen más cóncavo el borgiano cielo azul del Arenal, suenan los clarines en la plaza de los toros para que se abra el portón de la afirmación de la luz en el pandero del Giraldillo. Ahora, en un momento se ha hecho de noche. En un santiamén. Es como si Sevilla te recitara los veinte poemas de amor y la canción desesperada de la luz con el verso de Neruda: «Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido». En estos días de noviembre, es tan corta la luz y es tan larga la noche... La noche cae como un mazazo, cuando ves que te has quedado sin un solo rayo de sol otoñal. Son de título de cuadro de Valdés Leal estos atardeceres de otoño, en un mes de la Dolorosas de luto y de esquelas colectivas de las hermandades y de las entidades sociales: «In ictu oculi». Como la muerte en las coplas de Jorge Manrique, la noche se viene tan callando...

Por la primavera, cuando es tan fácil gozar de la luz de Sevilla, son largos los atardeceres como la despedida de unos novios hablando por teléfono. Dura el rescoldo de la luz horas y horas. Parece que la luz no se quiere ir de Sevilla: «Anda, déjame un ratito más iluminar cúpulas y torres, espadañas y patios de buganvillas en flor...» Pero ahora parece que tiene prisa por irse, urgencia en dar paso a la noche de bufandas y faldas de mesascamillas, de copas de cisco picón y babuchas de paño. En estos días del otoño, la luz de Sevilla se hace como una turista en nuestra tierra que sigue guardando sus horas de por ahí, y se va tan temprano, tan pronto, tan de sopetón, como queriendo pasar pronto el mal trago de ver ponerse el sol. Porque parece que estamos por ahí, en la que llaman Vieja Europa, y que es una chiquilla al lado de esta Vieja Dama que vio llegar a los romanos cuando Londres era una aldea y París, un poblado de pescadores. En estos días la luz esquiva, la luz fugitiva, hasta se olvida de nuestras coordenadas, y confunde el Guadalquivir con el Rhin. Se olvida que estamos a una latitud de 37°22’58» N y una longitud de 5°58’23» W. Las coordenadas se vuelven locas, cuando se acerca el día del aniversario de la Reconquista. O no: o son tan cuerdas que se hacen historiadoras, para recordarnos que el Santo Rey nos incorporó a la civilización cristiana occidental, a esa Europa de los tempranos atardeceres, donde a las tres de la tarde es ya de noche, y nos sacó de la africanidad coránica de las largas anochecidas.

«Pisando la dudosa luz del día» se nos van pasando los secretos gozos de noviembre. Eligió bien San Fernando la fecha para conquistar una Sevilla que acabó conquistándolo. Llegó cuando los secretos gozos de noviembre. Los gozos de la luz tamizada que hace más blanco el mármol de los parteluces de los balcones de la Giralda, más grises las losas de Tarifa de las Gradas, más altas las espadañas recortadas al último sol temprano. Esta luz de noviembre nos da la Sevilla vieja que se dormía en el tiempo del poema. Y les diré por qué se hace de noche tan pronto. Todos los sevillanos somos «hermanos de luz» de la cofradía del almanaque de los largos atardeceres de cofradías o Velá, y ahora vamos de «hermanos de sangre», disciplinantes de la oscuridad temprana, tan europea, tan poco nuestra. Es que cuanto antes pasen estos secretos y tempranos atardeceres de otoño y suenen los Laudes a la Pura y Limpia en el Arco del Postigo, antes vendrán los verdaderos días del gozo. Los días de la Luz. De la luz de la Verdad. Esa luz que a algunos nos sigue alumbrando la vida desde el codal encendido del farol de una cruz de guía. Estamos desnortados a 37 grados Norte y 5 grados Oeste hasta que en los días de los largos atardeceres nos llegue esa verdadera Luz que alumbra una Cruz.

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