No cabe un turista más

¿Turismofobia? No, racionalización del turismo y calificación de su repercusión económica es lo que necesita Sevilla

Turistas en la calle Mateos Gago ROCÍO RUZ
Antonio Burgos

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Igual que eso de «en España no cabe un tonto más», habrá pronto que decir que «en Sevilla no cabe un turista más»: que si empuja uno en la cola del Alcázar se sale de Sevilla otro de la cola de la Catedral. En esta Sevilla siempre partida en dos, San Isidoro y San Leandro, Santa Justa y Santa Rufina, andamos ahora divididos entre los que creemos que son muchos turistas los que vienen y los que piensan que no, que todavía caben más, y que hay que ir a todos los Fitures del mundo para atraerlos. Por decirlo con el lenguaje de los capataces, lo mismo que «más paso quiero» y «menos paso quiero», los sevillanos nos dividimos entre los de «más turistas quiero» y «menos turistas quiero». O sea, los de «vamos a darle paso a esa trasera de los aviones de bajo coste que nos traen turistas chungos que duermen por lo menos veinte en un piso turístico y comen de bocadillo de mortadela comprado en un Carrefour Express» y los de «menos paso quiero de tanta morralla de mochila, chancla y agua mineral, vamos a llevar sobre los pies el turismo de calidad que se aloja en los hoteles de lujo y se deja el dinero de verdad en los comercios tradicionales y en los buenos restaurantes».

Los que quieren más turistas están encabezados por el propio alcalde, y no habrán de parar hasta que la cola para entrar en el Alcázar llegue hasta Matacanónigos. El Alcázar es la gallina de los huevos de oro de los presupuestos municipales, paño de lágrimas de dinero disponible para eso que dicen que van a hacer con el premio los que les toca el Gordo de Navidad: tapar agujeros. Hijos, pues tapad los agujeros presupuestarios con una paletada de yeso, y no con las yeserías del Alcázar. Que estos turistas, además, sólo ven la Sevilla que don Santiago Montoto llamaba «la Acrópolis de la ciudad» (Catedral, Giralda, Alcázar y Plaza Virgen de los Reyes), mientras que si se organizaran visitas a los conventos, se recaudaría un dinero que podría atajar su progresiva ruina y hundimiento.

Los que no quieren más turistas son los empresarios que precisan que no están contra el turismo, sino contra esta masificación indiscriminada de visitantes de baja calidad, peor estofa y bajísimo nivel adquisitivo, que no se gastan un duro, que a lo mejor ni pernoctan siquiera en Sevilla, no compran nada, ni un «delantal de faralaes», y lo ponen todo perdido, teniendo nosotros que pagar luego la limpieza.

¿Turismofobia? No, racionalización del turismo y calificación de su repercusión económica es lo que necesita Sevilla. Antes que, como en Venecia, tengamos que poner «numerus clausus» de turistas, como el Cecop determina el aforo de La Amargura por Sor Ángela de la Cruz. Porque estamos llegando a una situación tan atosigante y masificada como los turistas que van a Venecia a ver turistas más que admirarse de la Serenísima, sobre todo en verano. Pronto puede ocurrir lo mismo en Sevilla casi en toda época del año. Hagan la prueba yendo a la Plaza del Triunfo, a los pies del monumento de la Inmaculada donde será coronada la Virgen de los Ángeles de la Hermandad de los Negritos. Pónganse a los pies del monumento como tuno en la Vigilia de la Inmaculada y endiquele quiénes hay por allí, haciendo fotos, caminando o sentados en los bancos. ¿Cuántos de Sevilla? Nadie. Y si entran al Patio de Banderas, lo mismo. Y junto a la Cruz de los Juramentos de la Casa Lonja, donde la cola de la taquilla de la Catedral, igual: nadie de Sevilla. Y en los veladores de la calle Mateos Gago es que ni te cuento. Yo no conozco a ningún sevillano que se haya sentado o se piense sentar en un velador de la calle Mateos Gago. Y quien dice la calle Mateos Gago dice la Cuesta del Bacalao. Como no se tomen medidas, los sevillanos nos sentiremos como extranjeros en nuestra propia tierra, con los papeles cambiados. Tomada Sevilla por los guiris, los bichos raros vamos a ser nosotros. Como en la Plaza de Santa Ana de Madrid, la de la cervecería torera, donde con tanto piso turístico sólo quedan 14 vecinos madrileños de toda la vida. Lo demás, todo extranjería o turismo interior.

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