EL RECUADRO

Naranjos impacientes

Parece que los naranjos de Sevilla se echan cada año un pulso, a ver quién se pone en flor antes

Un detalle de un naranjo con azahar J. M . SERRANO
Antonio Burgos

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Son tan sevillanos los naranjos callejeros que hasta se les han pegado nuestras virtudes y nuestros defectos. Sus naranjas son por fuera hermosamente bellas, como para ser retratadas por los japoneses con Giralda al fondo. Pero por dentro son agrias. Como muchas cosas de Sevilla, que por fuera, si las ves y no te metes en sus intríngulis, son hermosamente bellas. Pero que si escarbas un poco, están cargadas del zumo de la amargura. «Alegre la tristeza y triste el vino», que dijo Bécquer; que cómo será la cuestión, que siendo el poeta del amor y el revolucionario del romanticismo lírico, su glorieta del Parque han tenido que ponerla entre rejas, como presa, para que no las destrocen los niñatos que la gozan pintarraqueando paredes, arañando lunas de escaparate, rompiendo estatuas o dando patadas a cuanto se les pone a su paso. Por ejemplo, en Semana Santa, en el silencio de «la ciudad sosegada y en calma», ¡hay que ver lo que le gusta a un niñato pegarle patadas a una lata de cerveza vacía que alguien, tan incivilizado como él, tiró al suelo!

Por eso, por eso son agrios los naranjos de Sevilla: porque en sus entrañas se les ha pegado todo lo mucho malo nuestro. Pero por fuera, en la ciudad de las apariencias y de la ojana sevillana, ¡son tan hermosos! Quitando, naturalmente, los naranjos de la Avenida de la Constitución, que parecen cruzados con encinas, horrorosos, como de una dehesa, no como los que se llevan en sus fotos los turistas. Y de lo bonito de Sevilla que se les ha pegado a los naranjos, quizá lo más significativo sea la impaciencia de vísperas. Esta nerviosera nuestra del «esto ya está aquí». Parece que los naranjos de Sevilla se echan cada año un pulso, a ver quién se pone en flor antes. Se apresuran en florecer en cuanto saben que se ha celebrado ya la función principal de instituto del Gran Poder y la novena del Señor de Pasión; que el Consejo de Cofradías ha avisado de la renovación de las sillas; que el Ayuntamiento ha colocado el primer tubo de la portada y puesto plazo al pago por el canon de las casetas de la Feria; que de un momento a otro anunciará la Empresa Pagés que ya hay que ir a por los abonos de la temporada. Cuando los naranjos de Sevilla, que están en todos los tuétanos de nuestro patrimonio sentimental, se enteran de estas cosas, se apresuran a hacer brotar sus blancos botones, como de la camisa de un novio que va a celebrar sus bodas con la primavera, para ver quién es el primero que se pone en flor, pues les consta que los noveleros habitantes de la ciudad están pendientes de cuál es el más madrugador.

No sé por qué, pero me parece que todos los años los primeros naranjos que florecen son los del Barrio León. Es como si la nueva Triana le ganara a la vieja Sevilla. ¿O son los de Heliópolis, que les ganan por goleada, cinco flores, una manita, a los de Nervión?

—Guasa...

—Leña marismeña, que dice Moeckel.

Raro es el año que en pleno concurso de Carnaval de Cádiz no me dice un amigo que ya ha visto naranjos florecidos por su barrio. O el lector que me pone una cédula de impaciencias anunciándome dónde ha visto las blancas flores ya abiertas. Hogaño ha sido una lectora, doña Antonia Loizaga, y con fotos con el valor de un acta notarial, la que me anuncia que el primer azahar madrugador ha brotado en El Arenal: detrás del Postigo del Aceite, en la calle San Diego. Una de esas calles por las que sólo pasamos en Semana Santa, cortando camino y evitando bullas en busca de una cofradía de mi barrio, ora El Baratillo, ora La Carretería, ora las guadalupanas Aguas de Dos de Mayo. Las lluvias ya han tirado al suelo las primeras flores de los naranjos de la calle San Diego. Pero ellos siguen allí, orgullosos, con sus nupciales botones blancos. Y es que, como si fueran de Los Gitanos, están a punto romperse la camisa para proclamar con sus blancas flores la llegada de los días del gozo, este año tan tempraneros e impacientes porque esto casi está ya aquí, en cuanto pase San José, con la primera luna llena de la primavera.

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