ECONOMISTA EN EL TEJADO

El mercadillo imperfecto

Hay más competencia en el Zoco de Marrakech, en el Rastro o en el Charco de la Pava, que en el mercado financiero español

Mercadillo del Charco de la Pava KAKO RANGEL
Manuel Ángel Martín

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Sabido es que el «mercado perfecto» es una entelequia que solo sirve de punto de partida teórico para derivar hacia los tipos que en la realidad existen, léase monopolio, oligopolio, y otras situaciones dominantes. Lo propuse en una ocasión: empecemos explicando el oligopolio —lo que verán nuestros alumnos en su vida cotidiana con la energía, el agua, la aeronáutica, el crédito, etc.— y el monopolio casi universal del Estado, y pasemos luego a esa fantasía donde la información es completa, los competidores semejantes y numerosos, los costes de transacción son bajos, y así hasta un puñado de requisitos imposibles. Huelga decir que, enfrentado a la ortodoxia, la ocurrencia cayó en saco roto y yo mismo reconocí en ella un delator tufillo provocativo. Pero —ustedes lo saben bien— hay más competencia en el Gran Bazar, en el Zoco de Marrakech, en el Rastro o en el Charco de la Pava, que en el mercado financiero español, y ya de «emprendedores» ni les cuento. Otro economista ocurrente, Ha-Joon Chang, tiene argumentado que hay más emprendedores en los países pobres que en los ricos, más en Bangladesh o Benin que en Francia o los EE.UU., aunque sólo sea por cuestión de supervivencia. Otra cosa es pasar a ser «empresario», lo cual necesita una cobertura social en mentalidad, formación, apoyo financiero y mínima seguridad jurídica. En noviembre de 2017 y en ABC, Alberto García Reyes publicó un sintético y preciso informe sobre los mercadillos de Sevilla y su regulación por parte del Ayuntamiento, y es que en estos ámbitos la colisión entre Estado y Mercado es visible, palpable, y ampliamente tolerada por la ciudadanía.

Los comerciantes autónomos y la venta ambulante son actividades reguladas y legalizadas en nuestro país, pero a lo largo del ancho mundo rozan alguna modalidad de economía sumergida. Esa «informalidad» económica es vista por algunos como la acción saludable de la «mano invisible» ante una economía «encorsetada por la acción estatal». A los empresarios les importa un bledo, siempre que no afecte a la competencia y las reglas de juego sean iguales para todos, y los Estados no se atreven a reprimir una fuente de empleo, medios de subsistencia y reducción de precios, igual que tampoco se fajan con los paraísos fiscales. El viernes pasado se publicaba que en el mercadillo de Alcosa se había puesto a disposición judicial a 17 personas e incautado más de 2.000 prendas deportivas falsificadas, un delito contra la propiedad intelectual e industrial. Importe total 100.000 euros. Es que una parte de la economía subterránea es delictiva, pero no lo es toda. Con seguridad, la intervención de la autoridad competente fue una acción justa en defensa de la legalidad y los esfuerzos de otras empresas por innovar y rentabilizar sus inversiones. Claro que en un momento en que tantos se ponen las leyes fundamentales por montera, uno se queda cavilando.

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