TRAMPANTOJOS

La leyenda de Don Remondo

Hace veinte años de aquel asesinato de ETA que va tomando aire de leyenda, de olvido y desmemoria

La calle Don Remondo luce flores en memoria de Ascen y Alberto, asesinados por ETA RAÚL DOBLADO
Eva Díaz Pérez

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Era viernes, hacía frío y llovía. ¿De verdad llovía? Todo está envuelto en la niebla de una leyenda. Aunque no queramos que sea una leyenda porque sólo hace veinte años y la verdad no merece las ficciones del recuerdo. Sigue corriendo el frío en esa calle don Remondo, calle angosta, triste y solitaria; calle de las que sirven para criar sucesos y leyendas. Calle de viento cierzo, de matacanónigos que aquí enfermaban de malos aires cuando iban a hacer sus recados al cercano Palacio Arzobispal.

¿Es posible que esa calle ya sólo sea un recuerdo de leyenda? Una calle en la que sucedió algo hace siglos, tanto tiempo que parece a punto de borrarse como una batallita de los abuelos, como un tenebroso cuento infantil. Hace veinte años que ETA asesinó al concejal Alberto Jiménez Becerril y a su esposa la procuradora Ascensión García Ortiz. Y preguntarán los niños ¿qué es ETA? ETA dibujó las cicatrices de nuestra historia reciente. ETA era el ogro de nuestros cuentos. ETA eran los titulares de los telediarios llenos de sangre porque en aquel tiempo el periodismo no sabía de correcciones políticas y de imágenes asépticas.

ETA fue la pesadilla de nuestra infancia. Era esa historia de miedo del niño que le dio una patada a una bolsa que tenía una bomba. Era el miedo de las mañanas al mirar el secreto oscuro que se escondía en el bajo de los coches. Era el terror del calibre 9 milímetros parabellum.

Y luego crecimos y seguía siendo la pesadilla pegada como una lapa a nuestra biografía. Nuestra vida era asistir a la misma escena: el dibujo de un cadáver sobre las aceras. La mirada de asombro y terror del niño huérfano. El sonido de las llaves del padre que nunca regresaría.

Pero aquel asesinato de la calle don Remondo, que ahora parece un sueño antiquísimo o una leyenda casi borrada por el tiempo, ocurrió de verdad. Y podemos recordar el frío de aquel enero. Los ataúdes bajando la escalera del Ayuntamiento, los amigos concejales llorando, el funeral, los niños refugiados de la intemperie de la tragedia.

¿Qué ha ocurrido desde entonces? La cicatriz no está cerrada. Al pasar por la calle don Remondo se descubre la herida purulenta. Pero eso sólo lo ven algunos. Otros eligieron la amnesia, el olvido que ayuda a sobrevivir. Los asesinos de aquella patria irredenta son ahora tan modernos, tan progresistas, tan libres. Pero aquí sigue existiendo ese mapa de la memoria. Recordar a ETA parece ahora un asunto de gente rencorosa, pero yo no puedo olvidar -ni quiero- el frío acerado de ese enero de asesinos.

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