CARDO MÁXIMO

El juicio

Siento compasión de quienes se sientan en el banquillo. Odio el delito, por supuesto, pero me conmueve su situación

Preparativos de la sala donde se está celebrando el juicio del caso de los ERE RAÚL DOBLADO
Javier Rubio

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Todo juicio, también el de los ERE, supone un dilema más allá de su trascendencia legal al que ineludiblemente debemos enfrentarnos: si los acusados actuaron bien o mal, no conforme al Código Penal, sino a la consideración moral que escruta todos nuestros actos seamos o no del todo conscientes. Doctores tiene la Iglesia. Lo que a partir de mañana se dilucida no es si un puñado de altos cargos hizo lo que debía hacer o lo que entendía como correcto, sino si las resoluciones que adoptaron contravinieron lo dispuesto en el ordenamiento jurídico. De su comportamiento en los años de gobierno se derivan responsabilidades que ahora llegan a la sala de vistas, que es donde se ajustan cuentas con la Justicia. Conviene no olvidar el aspecto individual del caso para no incurrir en generalizaciones: este no es un juicio a una manera de hacer política, ni siquiera a la confusión continuada entre los intereses del partido y las instituciones. No es un juicio a la corrupción en abstracto ni una causa general a la manera en que el PSOE ha ejercido su poder durante los últimos casi cuarenta años en esta tierra. Siento llevar la contraria, pero se trata sólo de un juicio a personas físicas con DNI y filiación policial, con hijos, con enfermedades, con ilusiones o desesperanzas exactamente iguales a las de todo hijo de vecino.

Por diferentes avatares de la vida que sería muy prolijo detallar, he estado muy cerca de este caso. Me siento (del verbo sentar) muy cerca de algunos de sus protagonistas, viví en primera persona la primera noticia de las irregularidades detectadas en los expedientes legales para pagar las prejubilaciones y conozco personalmente a varios de sus actores principales a uno y otro lado de la sala de vistas. Y he hablado más de la cuenta. Acuñé un término para referirme al procedimiento por el que se subvencionaban los ERE, el genocidio laboral andaluz, del que nada de lo instruido me ha hecho desdecirme. Pero hoy siento (del verbo sentir) compasión de todos los que se van a sentar en el banquillo de los acusados. Odio el delito, por supuesto, si es que lo cometieron, pero me conmueve su situación.

En realidad, la vista oral que mañana arranca sólo les importa a ellos, que se juegan las penas que el fiscal y las acusaciones les piden como presuntos culpables. La acción de gobierno, taimada y tramposa como mínimo, que llevó a esa práctica continuada a lo largo de una década ha quedado tan desprestigiada que a nadie cuerdo se le ocurriría rehabilitarla. El juicio político se ha sustanciado en las urnas y el reproche moral no nos corresponde a nosotros. ¿Qué queda pues? Queda ni más ni menos que el trance de dirimir si son culpables o inocentes de los delitos de los que vienen acusados. Que hablen las togas mientras los demás guardamos un respetuoso silencio.

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