LA TRIBU

Indefensión

Te han educado y te has educado, niño melindre siempre, para salir con mando en plaza sólo en los días de la cuaresma

Las comidas en el campo saben distintas ABC
Antonio García Barbeito

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Me lo dijiste aquel día que un grupo de amigos fuimos a una comida a los pinares y lo pasaste muy mal cuando al preguntar por los cubiertos, alguien te dijo: «Aquí se come con los deos…» La olla, las presas de carne en la salsa, el bollo de pan cerca, los dedos como tenedores y la dentadura como cuchillo. No sabías comer así. Si uno que tuvo piedad de ti no te saca dos o tres presas pinchadas en la navaja, te hubieses quedado sin comer. Había cubiertos, sí, pero te gastaron la broma. Y por lo visto la broma fue pequeña venganza por el día que te reíste de varios de ellos en la capital, cuando al ir por las aceras, en grupo de tres, no sabían cómo andar para no tropezar con quienes venían en sentido contrario; ni sabían cómo comer algunos platos, si las aceitunas había que pincharlas con el tenedor ni, como insinuaste, los boquerones fritos había que comerlos con tenedor y cuchillo. Fue venganza, lo de aquel día en los pinares con la olla de conejo en salsa.

Lo que no es venganza, sino natural indefensión tuya, es cuando a la ciudad llega un día de lluvias con acompañamiento de fuerte viento. Ni sabes cómo vestirte para salir a la calle, ni si llevarte paraguas, impermeable, gabardina, gorra, sombrero… No sabes. Te han educado y te has educado, niño melindre siempre, para salir con mando en plaza sólo en los días de la cuaresma en los que gobierna un sol grande y las luces están aseguradas hasta que la noche se hace noche y no hay viento que venga a desbaratar nada, a molestar la carpa luminosa de la primavera. Traje o chaqueta y pantalón; peinado perfecto, corbata siempre, zapatos de estreno, y si al mediodía aprieta el sol, corres andando a los burladeros de los bares que conoces. Un amontillado, o una copa de manzanilla, o una cervecita, tapita de jamón, queso o ensaladilla, y así hasta que los clarines del cambio de tercio obligan al camino de casa o al compromiso con amigos en algún restaurante. El otro día te vio por Sevilla un amigo común: «Con el paraguas cogido como monaguillo que aguanta la manguilla, la lluvia lo empapó y el viento le destrozó el paraguas. No sabía para dónde tirar, y maldecía la lluvia, el viento, el tráfico, los árboles amenazando con romperse, los bares atestados de huidos… Me acordé del día de los pinares y de las presas de conejo.» En el fondo, sigue siendo como los sombreros de palma, que no vale ni para el viento ni para el agua. Ni aprendió a comer con los dedos ni a vivir otra ciudad que la de escaparates con torrijas, azahar en el ojal y tiempo de encargo, y, claro, llueve y ventea y no sabe lo que hacer, el pobre.

antoniogbarbeito@gmail.com

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