Huracán arqueólogo

Ha descubierto la calzada romana que unía a Gades con el resto del orbe y el acueducto que llevaba el agua a Cádiz

Restos de la antigua calzada romana FRANCIS JIMÉNEZ
Antonio Burgos

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DECÍA Goya que «el tiempo también pinta». Y tras el paso arrasador de la borrasca Emma por las costas andaluzas, especialmente por Huelva y Cádiz, compruebo que la meteorología adversa también hace Arqueología. Cuando no hay dinero para hacer unas excavaciones de interés, si los arqueólogos tienen la suerte de que les venga una borrasca medio buenecita, o un huracán embravecido con buena puntería y ni te cuento si es un tornado, pueden encontrarse hecho el trabajo que soñaban realizar. Lo digo por todo lo que Emma, la borrasca arqueóloga, ha descubierto en Cádiz, excavando en la arena lo que no hubiera habido dinero para pagar ni por el Ministerio ni por la Consejería de Cultura.

La meteorología adversa con vocación arqueológica no es nada nuevo. Iba a decir bajo el sol, pero mejor afirmar que bajo las nubes del «vaya lo negro que viene por allí» y del «¡ojú, la que va a caer!», que son las predicciones sobre la marcha que en tales ocasiones a todos nos convierten en hombres del tiempo. El temporal ha descubierto en la ciudad de Cádiz y más concretamente en su playa de Cortadura los restos arqueológicos que me dan hecho este artículo. Pero muchísimo antes, el 25 de abril de 1884, un rayo transformó a la Giralda de Sevilla en sueño para los historiadores, ya que «el fuerte aparato eléctrico» dejó a la torre almohade sin los añadidos cristianos que en sus vanos puso Hernán Ruiz al hacer su campanario renacentista sobre el minarete mahometano. Tanto agradó a los historiadores la casualidad meteorológica, la puntería de aquella descarga sobre la Giralda, que José Gestoso lo llamó «el rayo artístico». Cuenta la crónica de «La Ilustración»: «En las primeras horas del 25 de abril estalló en Sevilla tempestad violentísima que descargó una chispa eléctrica sobre la arrogante Giralda y puso en peligro inminente aquel gallardo monumento de los almohades, gala y orgullo de la hermosa reina del Betis. La chispa desgajó considerablemente las molduras cristianas del minarete, ofreciendo a la ciudad su rostro almohade originario. Cuando la nube que flotaba sobre la Giralda descargó la chispa eléctrica, ésta dio varias vueltas alrededor de la estatua de la Fe, de bronce, que corona la torre, tras lo cual fue a parar a la torre y el templo. Las primeras huellas se observan en la fachada meridional, en el alto cuerpo de las campanas, a pocos centímetros debajo de la esfera del reloj, donde está el muro abierto en grandes grietas que llegan hasta el pavimento, el cual fue horadado por la exhalación, que hizo pedazos las baldosas que le cubrían; y tan violenta fue la sacudida, que los escombros saltaron hasta los bordes de la campana Santa María; la del reloj quedó rajada, y el reloj se adelantó en diez segundos tres horas y media, por efecto de los movimientos vertiginosos de la máquina. Balcones, tragaluces, rampas: el chispazo botó y rebotó contra todo, dejando una estampa inédita del minarete».

Pues algo así, pero sin Gestoso y su «rayo artístico», ha ocurrido en la trimilenaria Cádiz, de la que no sé si fue Pericón quien dijo que «es tan antigua que no tiene ni ruinas». Ya las tiene, y gratis total en presupuestos de excavaciones. El temporal ha descubierto la calzada romana que unía a Gades con el resto del Orbe y dejado al descubierto los restos del acueducto que llevaba el agua a Cádiz desde la Sierra de las Cabras, ¡anda que tampoco era adelantada y refinada la Cuna de la Libertad! Emma ha causado grandísimos destrozos, lo sé y lamento: una ruina para nuestras playas, y más en vísperas de vacaciones de Semana Santa. Por contra, para los arqueólogos ha sido una bendición. Sabían que ese acueducto existía, pero no lo habían visto emerger entero y pleno. A ver si convidan. Como cantaba El Libi en «Las Ruinas Romanas», chirigota de Juan Carlos Aragón (1998): «¡Ave, Gades, ya vienen los romanos! Ave, picha, «a vé» si convidamos».

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