Javier Rubio

La hora de los colegios

Con tanto trajín, pareciera que los empleados están pendientes de la zona azul, venga a entrar y salir sin ton ni son

Javier Rubio
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Vamos a dejarnos de pamplinas. Conciliación laboral es que tu jefe te permita llegar media hora más tarde al trabajo para dejar a la benjamina en la escuela infantil (ojo con llamarle guardería) y luego a la hora del desayuno consienta en que alargues al hermanito de Segundo de Infantil al colegio mientras esperas en el parque de enfrente que llegue la hora en que su hermana mayor se reúne con los profesores y el resto de compañeros bajo la frondosa arboleda de los jardines para iniciar el proceso de aclimatación. Y que a la hora de la salida del colegio, se repita todo ese proceso a la inversa porque la peque sale a las doce, el mediano está sólo dos horas en el aula el primer día de clase y la mayor, ya en Primaria, deja la escuela a la una y media.

De la comida, claro está, ya se encarga la abuela con un poco de suerte. Eso es conciliación laboral. Todo lo demás es escaqueo.

La satisfacción que invade estos días millares de hogares sevillanos con la vuelta de los chavales a la bendita rutina de los madrugones, las comidas a su horas y acostarse temprano se ve rota por la disrupción -no me negarán que el palabro impone- que supone la semana de adaptación al curso escolar que todos los centros educativos programan con la mejor de sus intenciones para que los pequeños se vayan haciendo al aula, a sus profesores y al olor a plástico de los forros nuevos. Ese proceso dura unos días, casi una semana entera en la que los chavales entran y salen a horas rarísimas como las 10.20 o las 12.45 y además van cambiando, por lo que la composición de lugar de ayer lunes no sirve para la de mañana miércoles, qué va. Y hay que volver a concertar con los abuelos, la vecina del primero y el turno de libranzas de la oficina para encajar las piezas de ese rompecabezas doméstico. Con tanto trajín matutino, más que de los niños, pareciera que los empleados están pendientes de la zona azul venga a entrar y salir sin ton ni son.

Por lo visto, ahora los reyes sin corona de la casa se traumatizan si entran de golpe en el colegio y los llevan a todos los hermanos a la vez como hacía mi vecino Marcelino, que llenaba el Seiscientos gris de Teléfonos -nada de Movistar ni Telefónica, sino de la CTNE con aquellas letras negras de molde- con todos los chiquillos del bloque que compartíamos colegio y allá que íbamos pataleando y llorando tirando de unas carteras de cuero más grandes que nosotros mismos. Naturalmente, al día siguiente se nos había pasado el sofoco y disfrutábamos del viajecito con el que inaugurábamos la mañana en aquel coche sin ventanillas. Todos a la vez y el hombre se iba a empalmar teléfonos lo que tuviera que hacer.

Es la hora de los colegios. La hora imposible de los colegios como un ajedrez en el que los padres tienen que hacer de reinas desplazándose a toda velocidad por los escaques para llegar a todas las esquinas del tablero.

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