LA ALBERCA

El Gordo cae en Estremera

La victoria de Arrimadas sólo taponará durante un tiempo esta hemorragia imparable

Inés Arrimadas celebrando la victoria en las elecciones del 21-D ABC
Alberto García Reyes

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No podían imaginar los policías que fueron pillados refiriéndose a Junqueras como «el Gordo» cuando lo vieron irse en el furgón camino de la cárcel que su impresentable comentario acabaría siendo tan certero. El gordo de la lotería electoral catalana ha caído en Estremera y, como dice la antigua copla, ahora los locos son los cuerdos. Y los presos son los que no están en la cárcel. La convocatoria de estos comicios disparó las ventas del número 155 en los décimos de Navidad, pero ha salido el 70, que es la suma de escaños de los independentistas. Y Rajoy lo ha perdido casi todo. Su partido, que asumió en Cataluña la responsabilidad de enfrentarse a la sedición sin caretas, ha acabado empatando con los antisistema de la CUP. El PP es para los catalanes una fuerza residual extremista. Porque el delirio separatista no ha aceptado el supuesto agravio del Estado de Derecho y ha castigado sólo a su administrador. Es más, la locura catalana puede acabar invistiendo como presidente a un prófugo de la Justicia, lo que en la mentalidad distorsionada de los nacionalistas se interpretará como un triunfo del victimismo. Calará la teoría descabellada de los presos políticos. Luego algo se ha hecho mal desde Madrid, donde no se ha conseguido traducir el cacao mental de los catalanes.

La victoria de Ciudadanos, que es histórica porque supone la consagración definitiva de un partido que puede romper la tradicional alternancia política española y porque arrebata la hegemonía electoral catalana a la derecha nacionalista, es sólo una venda que taponará provisionalmente la hemorragia. Porque el independentismo ha conseguido manipular cualquier interpretación que se haga de los resultados electorales aplicando criterios plebiscitarios a unos comicios representativos. Es decir, cualquier victoria será enarbolada como el triunfo de sus postulados. Que hayan perdido en número de votos, lo que significa que la sedición no tiene mayoría en las urnas, es lo de menos. Han ganado en número de escaños. Paradójicamente, la ley electoral española será su mejor argumento. Y todo ello gracias a la colaboración inestimable de Podemos, que ha bailado en el alambre hasta caerse y ha traducido su ambigüedad en un batacazo porque La Gente, en mayúscula, ha empezado a comprobar que la burra que vende Pablo Iglesias está coja. Y gracias también al PSOE, cuya indefinición pagará su esquela. Por eso la moraleja de estas elecciones es tan irracional como el bombo de San Ildefonso. La cárcel ha terminado siendo el gran boleto de esta lotería, cuyo resultado es tan real que parece surrealista: la mayoría de los catalanes ha votado a favor de la unidad de España y ha ganado un partido constitucionalista, pero con casi toda seguridad gobernará un independentista fugado en alianza con un reo y con cuatro antisistemas. El PP de Rajoy, que se ha inmolado torpemente, paga la juerga.

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