TRAMPANTOJOS

Estampas del silencio

En Navidad Sevilla se convierte en un paisaje hostil donde es difícil huir del ruido

Ambiente nocturno navideño en el centro de Sevilla RAÚL DOBLADO
Eva Díaz Pérez

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Este es un tiempo con veladuras pintadas por Carmen Laffón. Una epoca en la que todo tiene una pincelada de niebla y luces color ceniza y ámbar. Pero qué difícil es encontrar ese paisaje. Hay que descorrer los telones de las luces navideñas y su «horror vacuii», que no quede ni un solo espacio libre para que pase el viento, una nube de castañeros, aire blanco algodonado.

Pasear la ciudad en Navidad es un ejercicio hostil, una invitación al laberinto, porque Sevilla es apenas lo que queda entre los veladores y la decoración navideña. Caminen si pueden acosados por escaparates, luces que ciegan y masas de consumidores —que no de ciudadanos— con urgencia, ira y descortesía.

¿Y el ruido en estas calles de la Navidad? Qué furia en las atracciones para niños, qué estrépito de villancicos de guitarras hirientes. El pasado miércoles el grupo de música antigua Artefactum ofreció en el Teatro Cajasol su tradicional concierto de Navidad con un viaje sonoro por la Europa medieval. Quizás fue uno de los pocos momentos de milagro navideño vividos en la ciudad. Allí sonaban flautas, rabeles y zanfoñas evocando el imaginario de la época con un hermoso rescate de cancioneros medievales, ecos del «Auto de los Reyes Magos» y de las cantigas que narraban un milagro en la noche de Navidad en el monasterio de las Huelgas. Lo increíble es que la estridente música de las bolas gigantes de la Plaza de San Francisco se escuchaba dentro del teatro y los músicos tuvieron que esperar a que volviera a reinar el silencio para recrear la atmósfera navideña. Parecía que una fiesta «rave» de discoteca se hubiera colado en un mágico momento del Navitatis tempus.

¿Cómo escapar del ruido? ¿Quizás perderse por calles olvidadas? En los hondos zaguanes de la judería parece que reina el silencio. Huele a cocinas en las que acabaran de cocerse membrillos en agua de naranjos amargos. ¿Será posible aquí el milagro del silencio? Se adivinan interiores domésticos de mesas de camilla alhucemadas como si se siguiera viviendo en las Navidades del pasado que narraba Dickens. Qué consuelo pasar ante esas casas en las que alguien dejó un armario entreabierto con semillas de ajonjolí olvidadas.

Hay otro pasaje para huir del ruido. Atravesar el compás de un convento donde Cernuda decía que aguardaba la felicidad de todo sevillano. Muros de cal, flores marchitas en jarrones de loza vieja, crujen cansadas las maderas, niños Jesús vestidos como muñecos, velas encendidas hace siglos. Ahí esperan, siguiendo el paraíso anunciado por Cernuda, las yemas de huevo hilado, los polvorones de cidra «desde la misteriosa penumbra conventual». Sin duda aquí habita el silencio pintado en los cuadros de Carmen Laffón.

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