LA ALBERCA

Me equivoqué

Pido perdón a los lectores por mi error, que me permite reflexionar sobre el papel de los periodistas

Inauguración de la plaza Alcaldesa Soledad Becerril ROCÍO RUZ
Alberto García Reyes

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El viernes pasado escribí en este mismo hueco una reflexión sobre la calle que el Ayuntamiento de Sevilla va a ponerle a la exministra Carmen Chacón . Critiqué la medida denunciando que Soledad Becerril no tenía ese reconocimiento en la ciudad. Y me equivoqué. La exalcaldesa posee una plaza desde el año 2013. Cometí un error injustificable . Pero eso me permite ahora hacer algo en lo que creo profundamente: pedir perdón. Y reflexionar acerca del papel que jugamos los periodistas en la sociedad. Yo me dedico a esto por vocación. No escribo por deseo, sino por necesidad.

Procuro hacer mi trabajo cumpliendo con todas las diligencias profesionales que exige nuestro código ético, intento evitar que mis relaciones personales condicionen lo que public o de modo que los afectos que tengo no beneficien a nadie ni los desafectos perjudiquen. Pero no soy infalible. Y lo que es más importante: tampoco tengo la pretensión de serlo. Me basta con darle todo lo que tengo a los lectores, que son los únicos a los que los periodistas tenemos que rendir cuentas, y con esforzarme en tener la dignidad mínima para poder escribir en un periódico como ABC, el medio de comunicación más importante de Sevilla . Si merezco hacerlo, doy gracias a Dios. Si no lo merezco, también doy gracias a Dios. Eso es todo.

No pocas veces he sido crítico con la altanería a la que nos suele conducir este oficio . Los periodistas convivimos permanentemente con la tentación de utilizar nuestra posición como arma de poder. En cuanto nos felicitan un par de veces por algo que hemos escrito creemos que estamos en posesión de la verdad absoluta. Tenemos siempre las defensas muy bajas ante el virus de la vanidad . Nos encanta atizar, pero no aceptamos que nos den. Y creo que esa es una de las principales razones por las que cada vez nos cree menos gente.

Queremos estar por encima de todo , opinar sobre todo, condicionar las decisiones de los demás, incluso gobernar a la sombra. En gran medida, hemos perdido nuestro norte, que no es otro que contar a los lectores lo que necesitan saber y hacerlo con honradez y sin que se note nuestra presencia. Nos come el ego. Contaba Julio Camba en uno de sus geniales artículos de El Sol que un lector de Guadalajara le había enviado una carta para felicitarle por sus publicaciones y que, a partir de ese día, se obsesionó con escribir pensando en aquel hombre. ¿Le gustará esto, no le gustará? Perdió su libertad a cambio del elogio. Aquel artículo se titulaba «Los admiradores son un peligro» y terminaba así: «Ahora comprendo por qué tantos escritores malos tienen tantos y tan buenos admiradores. Con dos admiradores más, yo me volveré completamente idiota».

Admito que es muy difícil salir de ese laberinto porque la exposición pública genera cierta adicción y el privilegio de escribir para los demás nos hace creer que siempre tenemos razón, pero aunque sólo sea por mera vocación prefiero perseguir la quimera de la credibilidad que la pompa del reconocimiento. Y en la búsqueda de esa libertad levanto ahora mi cabeza y pido perdón. Me equivoqué. Procuraré no hacerlo más, pero no puedo prometerlo.

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