PÁSALO

Un duelo eterno

Tan solo quieren que les den lo que de ella quede para ponerle flores y rezarle

Antonio del Castillo, padre de Marta, durante una comparecencia con los medios de comunicación EFE
Felix Machuca

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Tántalo, un desquiciado producto de consecuencias severas para los que con él convivían, era hijo de Zeus y de una deidad oceánica, que fue condenado a la región más dura del Tártaro (el inframundo) por sus criminales acciones. Nos cuenta el mito que su condena fue realmente agónica porque los dioses lo anclaron en un lago bajo un frondoso árbol frutal, pero ni podía satisfacer su sed con el agua que lo cubría hasta la barbilla, ni tampoco alimentarse de las frutas de tan apetitosa mata. Así eternamente. Por los siglos de los siglos. Sometido a la insaciable condena de estar rodeado de lo que necesitaba y, sin embargo, no poder hacer uso de ella para colmarse de bienestar. Hay mortales a los que la vida, en una de sus sorpresas más insuperables, los condena como a Tántalo. Haciendo de sus existencias, tan limitada para los hombres, una eterna condena. De esto sabe mucho, tanto como para escribir una enorme biblioteca sobre la infamia, una familia sevillana sobre la que el destino fijó su ojo más avieso, sufriendo desde hace nueve años una condena brutal. La de sentir que su tiempo y el suplicio padecido son eternos.

Nueve años lleva la familia Del Castillo intentando cerrar el luto de su desgracia, de su insufrible desgracia. Nueve años que duelen cada minuto, cada segundo, como un martirio practicado por especialistas en el dolor, por verdugos conocedores de todos los recursos para hacer daño. Nueve años buscando el cadáver de su hija Marta para, de una vez por todas, cerrar un duelo que sigue abierto por las causas que todos conocemos. Quizás también porque Tántalo se escapó del Tártaro para vivir entre nosotros. Matando ancianos de forma salvaje en el País Vasco. Asesinando chicas en flor en Galicia. Perpetrando canalladas que van desde Sevilla a Rianxo, desde Alcácer a Ocharkoaga. Y en esa angustia vital se mueven muchos padres que, cada vez más, entienden que la calle es la selva, que la selva tiene una ley que lamina a la de los ciudadanos, que en esas calles se mueven sus hijos que son vulnerables a los magistrados del crimen y que esos hijos, fatalmente, son masacrados sin piedad por sicópatas cada vez más jóvenes y aleonados. Tántalos en edad juvenil y con pelusas en el bigote compiten por su cuota de escenario delictivo en mitad de una sociedad absolutamente desnortada, que sufre y padece las consecuencias de leyes mucho más exigentes con los inocentes que con los culpables.

Debe ser insoportable que el tiempo no te barnice las heridas ni alivie los agudos clavos del dolor, de la pena. Debe ser insufrible entrar en la habitación de la hija que malograron y ver que allí, un día, en una hora fatal, el tiempo se detuvo para crecer tan solo en lágrimas inconsolables y plegarias no atendidas. Debe ser inaguantable ver la juventud de sus fotos, las faldas de su alegría, las blusas de su encanto, la música de sus sueños, los libros de su poesía, el perfume de su encanto y los peluches de sus sentimientos aún presentes, vivos, tal y como quedaron aquel maldito día en que se cruzó con una manada de jabalíes que le quitaron lo más sagrado que nos dan los cielos: la vida. Una vida que segada para siempre es aún peleada por sus padres y familiares para que repose su mortal destino en un lugar donde llevarle flores. Tan solo eso pide la familia Del Castillo. Que le dejen lo que de su hija se llevó el crimen para ponerle flores y rezos a un destino tan torcido. Y ni eso se le concede. A Tántalo no lo clavaron bien los dioses en aquel lago. Porque hoy anda suelto por España, liderando bandas dentro y fuera de las cárceles. Y dejando la calle en manos de los salvajes. Quién y cuándo las barrerá para que vuelvan a ser escenario de la gente corriente, de personas que no tienen que mirar el reloj con angustia si su hija o su hijo se retrasan más de la cuenta en llegar a casa...

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