TRAMPANTOJOS

Un diciembre de hace 90 años

Sevilla fue declarada capital poética de España y también ciudad de la amistad

Famosa foto del acto que hace noventa años se dedicó a Góngora en el Ateneo de Sevilla que dio nacimiento a la Generación del 27 ABC
Eva Díaz Pérez

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Se perdieron en el «brujerío de la noche sevillana», sin ver la Giralda a la luz del día, comiendo en colmados rodeados «por mujeres malas», bebiendo «largamente» en fincas de las afueras, conduciendo con autos veloces por las callejuelas, perdiéndose en una noche surrealista por los pasillos del manicomio de Miraflores.

Venían a hablar de Góngora, a recitar a Góngora, a reivindicar a Góngora, a beberse a Góngora y sus trescientos años derramados en cañas de manzanillas. ‘Gongoreando’ por las calles de Sevilla. Nietos de Góngora que querían rescatarlo del olvido, de las tinieblas adonde lo habían condenado los académicos polillas, los viejos maestros alcanforados de levita y bisoñé.

Los niños del 27 llegando a una Sevilla en la que diluviaba. Alojados en el Hotel París, que ya no existe. Leyendo las «Soledades» del poeta barroco en el salón «con testero de grandes vidrieras» de otro edificio que tampoco existe. Y luego envueltos en la niebla de magnesio de una cámara que los inmortalizará. Un instante congelado, atrapado en ámbar, viviendo para siempre en una posteridad de mármoles y estatuas en bronce.

Sonámbulos por Sevilla, la gorguera barroca manchada de vino, jóvenes ebrios de metáforas vanguardistas, bebiéndose la vida en la capital poética de España. Disfraces morunos en Pino Montano y la voz jonda del cantaor flamenco que tenía «tronco de faraón». Mientras un poeta brujo que criaba toros de ojos verdes practicaba sesiones hipnóticas. Y un torero buscaba las sinrazones de la locura porque quería escribir el misterio que esconde la geometría del ruedo.

Coronación de laureles en la Venta de Antequera, huevos a la flamenca y juegos jocosos. Banquete de poetas Mediodía, los que celebraban cenas superrealistas en veladas donde se brindaba por la literatura.

La noche en las tabernas de Triana y la vuelta en una barca con el Guadalquivir embravecido, «inmenso y oscuro toro». Las risas y el vino congelados por el miedo. Hay quien vio el agua como un espejo en el que no podía reflejarse más que la muerte. El río negro que quería tragarse la barca. La escena era el símbolo de lo que estaba por venir. La barca de jóvenes poetas que hundirían los temporales de la guerra.

Fue Sevilla un azar que resultó destino. El lugar que eligieron para no salir nunca del escenario de la Historia. La ciudad que los proclamaría dueños de la poesía, arrojando a los poetas caducos que dejaron en Madrid. Sevilla, la ciudad de la amistad. El paraíso en el que, durante unos días de diciembre llenos de lluvia, versos y vino, fueron felices. Y la foto. Juntos ya para siempre...

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