PÁSALO

Ve al despacho

Pongamos que les hablo de ABC. De más de treinta años atrás

Nicolás Salas presentando uno de sus libros J. M. SERRANO
Felix Machuca

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Entré en la redacción con el temor que los americanos entraban en los arrozales minados del Vietcong, esperando que, en cualquier momento alguna de aquellas bombas periodísticas explotaran en sarcamos, del que mi desnudez de periodista sin bautizar no podría protegerse. Pongamos que les hablo de ABC. De más de 30 años atrás. En Cardenal Ilundain. El piso más alto del periodismo local y andaluz. La torre vigía de la actualidad del momento. Que pasaba de una época a otra. De una mentalidad a otra. De una régimen a una democracia. De un pollo en la bandera a un escudo constitucional. Del señorito en el campo a los peritos. De la censura a la libertad de prensa. Del azul al rojo. Del patrón al obrero. Tiempos difíciles pero preciosos. Como son todos los tiempos de cambio. En esos tiempos es donde mejor se fragua un periodista que, repito, entró en aquella redacción como un borinquen del west side de Nueva York en los arrozales vietnamitas. Con los ojos redondos como los de un negro de una banda de jazz, la boca abierta identificando en carne y hueso el mito de la firma de prestigio y escuchando, con el compás que solo tenían aquellos pulsos sobre el teclado de las Olivetti, la mejor banda sonora del periodismo que nunca pude oír. En aquel periódico había un jefe que ejercía y se empeñaba en serlo: Nicolás Salas. El hombre que me llamó para que recalara en ABC.

Y en aquel ABC de Nicolás Salas refulgían las espadañas y las acacias exquisitamente literarias de Manuel Ferrand; la honda sabiduría bondadosamente administrada de Antonio Colón; el ya consagrado doctorado periodístico de un Antonio Burgos comprometido con una Andalucía a la que había que sacar del tercer mundo escribiendo un libelo contra Madrid; la barroca y musical sinfonía deportiva de las crónicas de Manuel Ramírez; aquellos artículos de José Antonio Blázquez que los tecleaba mientras cantaba por Caracol y, los más nuevos del lugar, parábamos máquinas para escucharlo y, más tarde, ver que era posible, que se podía escribir como los ángeles mientras Blázquez cantaba el Carcelero, carcelero… Con uno y cada uno de aquellos dioses de carne y hueso, capaces todos de oler una noticia por el vuelo de los pájaros y mandarnos a que la siguiéramos como perdigueros, comencé a echar los dientes en esta profesión. Al mando de aquella legión de letras implacables y titulares que resonaban en la ciudad como las campanas de la Giralda, estaba al frente un director que nos acaba de dejar. Y que, siendo de la Albufera, sentía Sevilla como si su pila de bautismo fuera la de San Gil. Se llamaba Nicolás Salas. Y lo primero que me preguntó cuando me mandó llamar a su despacho vía el capitán Rodelas fue: ¿y tú por qué quieres ser periodista? Le respondí que me gustaba contar cosas.

No sé si era la respuesta adecuada. Pero sí sé que no le debió de sentar mal porque, acto seguido, mirándome fijamente, me contestó: pues vete a la Sierra Sur y cuenta lo que está pasando en Marinaleda. Era la mejor forma de saber si yo sabría contar cosas o solo era un charlatán que llegó al periodismo pensando en que todos podríamos ser como De la Cuadra Salcedo.

Nicolás era como el trueno. Tenía carácter para hacer retumbar las bóvedas del Coliseo. Una llamada suya al despacho te abrumaba tanto como hacer un paseíllo de verdad a un torero de salón. No sabías si te esperaba un parte o un engloriamiento. A Marinaleda fuimos Inmaculada Navarrete y un servidor. Para hacer un ciclo de reportajes de lo que era aquello, qué se estaba cociendo en aquella Cuba serrana y montuna, por qué las principales cadenas televisivas de Europa venían a buscar a Sánchez Gordillo como buscaban en Judea a Cristo los que querían sanar a sus enfermos. Creo que salieron tres entregas de aquella visita. Y un cabreo monumental del alcalde de Marinaleda, que aún sigue siendo el mismo y no convoca pleno desde la guerra de Filipinas. Una de las portadas que más me impactaron de su dirección fue la del 4D con la bandera de Blas Infante portada por los hijos del notario y nietos del mismo, acompañados por otros chicos. La de la feria de las lechugas no fue apta para poetas… Se nos ha ido un director que nos enseñó que esta profesión era cosa de hombres y mujeres de un solo género: el periodismo. Dios lo acompañe. Y que desde el cielo mueva influencias para que esta profesión de papel no pierda los suyos y se convierta en todo lo contrario de aquello por lo que nos enseñó a pelear.

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