EL RECUADRO

Cruces de mayo

Yo ahora, viejos niños de Sevilla, os doy una perrita para el recuerdo de aquellas cándidas cruces de mayo

La tradición de las cruces de mayo sigue viva A.F.
Antonio Burgos

Esta funcionalidad es sólo para registrados

No quiero que se me escape este Mes de María («que Madre nuestra es») sin recordar las cruces de mayo. Plural divinamente puesto, porque en Sevilla siempre ha habido dos clases de cruces de mayo. Unas eran las sencillas y populares fiestas que en torno a una cruz adornada con flores de papel y cadenetas se organizaban en los patios, tanto en los de vecinos de los corrales como en los del señorío de los barrios del centro, de San Vicente a la Magdalena. Y las otras eran los pasitos que los niños sacaban a la calle, jugando a las cofradías, con toda la candidez: basta una mesa, la de la cocina mismo, y un mantel a ser posible rojo, y dos palos para construir una cruz, y un trozo alargado de tela para simular el Sudario, y a veces una muñeca vestida de Virgen delante para recordar el paso de la Soledad de San Lorenzo. Punto en el que le pregunto a mi querido historiador y destacado soleano don Álvaro Pastor Torres: ¿pasa La Soledad de San Lorenzo como última cofradía de abril porque es la primera cruz de mayo, a lo grande, que vemos en el año? ¿Por qué todos los niños, cuando hacen una cruz de mayo, tienen en la cabeza el modelo del paso de La Soledad?

O echo mal las cuentas, lo cual es más que posible, o en esta ciudad masificada y degradada donde se ha perdido el sentido de la medida, si esta costumbre de mayo cumpliera las mismas desaforadas reglas de que todo está ya sacado de quicio, tendrían que celebrarse siete mil fiestas de la cruz de mayo en los patios y que haber veinte mil pasitos infantiles de cruces de mayo por las calles. Y a mí al menos me parece que cada vez hay menos. No hablo ya de las cruces de mayo que organizan, muy bien por cierto, algunas hermandades, como cantera de costaleros y de cofrades, que son unos pedazos de pasos casi tan grandes como los de Semana Santa, que calzan al menos nueve chavales con el costal, que llevan por delante su capataz con el terno negro, y su ayudante, y sus dos contraguías, y que cierra una banda de las profesionales, contratada como si se tratara de una estación de penitencia. De estas cruces de mayo digamos semi-profesionalizadas, ¿qué quieren ustedes que les diga? Es una forma de mantener la tradición, cierto. Pero también de que algunos mayores hagan lo que tanto mosquea a cierta parte de la Curia con las hermandades verdaderas: jugar a los pasitos. Y como se ve en ellas demasiado la mano de los mayores, su iniciativa, no tienen esa candidez verdaderamente infantil de las cruces de mayo que yo no sé a usted, pero a mí son las que me emocionan y enternecen: las de la mesa de la cocina con un mantel echado por lo alto, con el amigo metido debajo como único costalero y con el otro chaval delante, de capataz, echando todo el arte para que el pasito de la cruz y las flores de geranios del balcón cruce entre la pared y unos contenedores de basura, «sin que se mueva un varal».

Ah, y la música, no se nos olvide la música. El niño que se ha comprado un tambor en Osorno o se lo ha buscado en un trastero de uno de sus hermanos de más edad, y allá que va detrás del pasito, como una banda unipersonal, dándole baquetazos al parche muy malamente y con muy poco compás, ninguno, pero de una forma sencillamente enternecedora. Él se cree por lo menos Hidalgo rufando su tambor en la Centuria Macarena, y no habremos de ser nosotros quienes saquemos de la ilusión a estos músicos de la banda de tambores sin cornetas de las cándidas cruces de mayo verdaderamente infantiles, verdaderamente nuestras, verdaderamente del recuerdo de todos. Sí, todos, de niños, sacamos una cruz de mayo así, y algunas hasta con cuerpo de nazarenos y con el palo de un escobón al que le habíamos puesto un cartón con un «S.P.Q.R.» pintado con la caja de acuarelas que nos trajeron los Reyes, ¡qué pedazo de Senatus llevábamos! ¡Qué pedazo de cofradía de un solo paso sacábamos a la calle! Entonces se pedía dinero a los transeúntes, con una fórmula ritual que también se ha perdido: «Una perrita pá la cruz de mayo». Yo ahora, viejos niños de Sevilla, me meto la mano en el bolsillo y os doy una perrita para el recuerdo de aquellas cándidas cruces de mayo. Recuerdo impagable en una ciudad que aún conservaba el sentido de la medida porque lo aprendíamos desde chiquetitos.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación