PUNTADAS SIN HILO

El cortijo

El PP siempre ha considerado el centro derecha como un cortijo ideológico en el que podía hacer lo que le viniera en gana

Mariano Rajoy en un encuentro con el líder de Ciudadanos, Albert Rivera IGNACIO GIL
Manuel Contreras

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El problema del PP es que siempre ha considerado el centro derecha como un cortijo ideológico cuya explotación no necesitaba esfuerzo. Un terreno no excesivamente fértil pero a salvo de competidores. Como un mal terrateniente, se ha dedicado a vivir de las rentas electorales sin preocuparse demasiado por la explotación de los recursos. Pensaba que sus tierras siempre producirían escaños; una legislatura habría mejor cosecha y otra peor, pero la falta de competencia garantizaba estar en la brecha con aspiraciones de alcanzar el poder. Esta soledad latifundista llevó al PP a experimentar caprichosamente en lugar de trabajar su cultivo ideológico tradicional. En lugar de especializar sus tierras en sus variedades tradicionales e investigar para mejorar su semilla autóctona, fue adaptando sus cosechas a las eventualidades del mercado: por aquí un poquito de liberalismo, por allí unas acres de laicismo; en esta zona una poco de conservadurismo, sin pasarse, y al fondo una hectárea de progresía. Todo por impulsos y a golpe de demanda coyuntural. Con tanta variedad insustancial, el PP fue alterando la identidad de su cosecha ideológica hasta convertir su cortijo en un supermercado en el que cada cual podía comprar lo que quisiera. El problema ha venido cuando por Cataluña se ha colado en la hacienda del centroderecha un grupo de agricultores okupas que han comenzado a cultivar las semillas ideológicas que el electorado espera encontrar en ese terreno, sin complejos y con técnicas modernas que el PP no se había preocupado de desarrollar.

Ciudadanos ha robado el discurso al PP por una única razón: transmite más credibilidad. Mientras los populares daban la impresión de estar sopesando opciones y decidiendo en función de los apoyos políticos, Arrimadas y su equipo supieron transmitir la autenticidad emocional que demandaban los votantes no independentistas en la tesitura catalana. Partían con ventaja, desde luego, porque no es lo mismo hablar en un mitin que la responsabilidad de gobernar, pero el PP no ha transmitido en ningún momento de la crisis seguridad en sus decisiones. En septiembre, con la aprobación de la ley independentista en el Parlament, miró para otro lado; cuando quiso mostrar mano dura, el 1-O, hizo el ridículo, y la aplicación del 155 se ha terminado percibiendo —quizás injustamente— como una medida timorata . El resultado ha sido el fracaso en las elecciones del 21-D, que ha desatado el desconcierto en el PP ante una eventual proyección de los resultados a nivel nacional, dando lugar a reacciones tan patéticas como la denuncia contra este periódico por entrevistar a Arrimadas. El único camino para el PP es volver a conectar con los españoles, pero no a base de virajes ideológicos en función de coyunturas demoscópicas, sino reafirmándose en unos principios ideológicos estables. Es decir, plantando en el cortijo lo que pide la tierra, y no al arbitrio caprichoso del señorito.

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