ECONOMISTA EN EL TEJADO

Los conspiradores

Ya no se trata de saber quién mató a Kennedy, sino de proteger nuestra privacidad en un universo conspiratorio global

Visita del presidente Kennedy a Berlín en 1963 y en el que varias mujeres rompen el cordón de seguridad EFE/DPA
Manuel Ángel Martín

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Sólo para entendernos recordaré que toda conspiración exige un plan, una participación múltiple pero reducida, un secretismo obligado, y unos fines impresentables, incluso ilegales. Llegado a este punto ya se malician ustedes que me voy a referir a los conspiradores que han pergeñado e impulsado ese «procés» que ustedes saben. Aunque no andan descaminados en su sospecha, déjenme que me extienda un poco más. Conspirar remite a lo misterioso o inexplicable porque ante la dificultad para encontrar las causas ciertas de un hecho se acude a lo que se ha denominado «teorías de la conspiración», o sea que detrás de lo que no se entiende hay siempre una mano negra, oculta y malintencionada. Estas teorías tienen el éxito asegurado incluso entre gentes cultas e informadas, y los comunicadores, los escritores, los políticos, y, en fin, cualquier hijo de vecino cae en la tentación de aceptarlas y propagarlas. «Sí, eso es lo que dicen, pero yo sé de buena tinta que… Es que es mucha casualidad… La versión oficial no hay quien se la crea… Verde y con asas… Blanco y en botella…» Las actitudes ante lo inexplicable o lo casual, son variadas pero conocidas, y entre ellas se encuentran la apelación a lo sobrenatural o la atribución de los sucesos a maniobras de conspiradores malévolos, ambas propias de una sociedad insegura, suspicaz y temerosa como la nuestra. Los accidentes, la muerte «natural» de personas relevantes, los cambios políticos, las epidemias o plagas, las teorías más o menos científicas, son objeto de dichas especulaciones, sin olvidar los fenómenos y agentes económicos. Por cierto, que la mano más conspiratoria siempre ha sido la «mano invisible» de Adam Smith, capaz de transformar involuntariamente los egoísmos privados en beneficios públicos. La lista de presuntas conspiraciones es enorme y sigue aumentando de forma implacable y peculiar, entre otras cosas porque algunas se han demostrado ciertas, y otras son pintorescas: leo en The Economist sobre el crecimiento en EE.UU de quienes creen que la tierra es plana, y decir lo contrario se califica de teoría interesada.

La postmodernidad tecnológica y relativista nos ha complicado el panorama porque plantea una lucha de conspiraciones y crea la figura del «conspirador conspirado». Ya no se trata de desenmascarar a los Illuminati o de saber quién mató a Kennedy, sino de proteger nuestra privacidad más privada en un universo conspiratorio global. De ello no son conscientes los instigadores del separatismo, al fin y al cabo unos aficionados con argucias del pasado siglo que repiten la historia como farsa. Me tranquilizo personalmente porque veo que mis nietas crecen y algunas entran en una luminosa adolescencia; que la nieve sigue existiendo, que la sequía es —como siempre— pertinaz, que la belleza se renueva, que todo cambia y que todo permanece, y concluyo que la naturaleza es la única implacable y benéfica conspiradora.

@eneltejado

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