CARDO MÁXIMO

Confianza

Es tan frágil que cualquier arrebato la destroza, por eso la protege la prudencia que la salva de la ira y la cólera

La confianza de los políticos con su electorado es vital ABC
Javier Rubio

Esta funcionalidad es sólo para registrados

La confianza, en el hombre en general y en el político en particular, es virtud acendrada que se renueva en cada palabra que se pronuncia. Es tan frágil que cualquier arrebato la destroza, por eso la protege de las inclemencias cotidianas el fanal de la prudencia, que la salva del viento impetuoso de la cólera, la ira y la frustración. La confianza, en quien oficia ante un público del que espera aprobación, es un tierno tallo al que le van creciendo los brotes verdes como renuevos conforme se gana la aquiescencia de su auditorio día tras día. Basta un desliz, un disparate, una salida de tono, una mala pisada, un error de cálculo para que la plantita que se riega a diario de repente se seque agostada.

Para quien ejerce la política, la confianza es requisito indispensable. Los estrategas y los asesores pueden enseñar oratoria y otras artes de persuasión; la inteligencia propia puede servir para zafarse de las llaves con que el adversario lo inmoviliza o para plantar batalla allí donde nadie la espera; la habilidad innata le puede servir al candidato para sortear obstáculos y eludir escándalos que acabarían con su carrera. Pero la confianza no es algo que pueda entrenarse, ni potenciarse, ni de la que mucho menos pueda alardearse. Como la humildad —virtud antitética en quien se somete al escrutinio continuo de los demás—, son los otros los encargados de apreciarla precisamente de forma más grosera cuanto más ausente esté. La confianza en alguien no es asunto que se aprenda en escuelas de liderazgo. Se tiene o no se tiene, se genera o no se genera. La confianza no se crea por generación espontánea pero se destruye en un minuto.

Nuestros políticos patrios son especialistas en el regate corto y la finta dialéctica, en salirse por la tangente o rodear los escollos precisamente para que no se descubra la ausencia de ideas fundadas, valores sólidos y cimientos ideológicos sobre los que construir su arquitrabe mental. En ellos se aprecia más la táctica que la estrategia, la escaramuza dialéctica que la batalla de las ideas, el adorno oratorio que el razonamiento reflexivo y maduro. Se pondera mucho su empuje, su vitalidad o su naturalidad como si no fueran actitudes aprendidas que se pueden entrenar. Se les aprecia por su juventud o su espontaneidad, por la pose con que visten o lo seductores que llegan a ser sus discursos, que raramente escriben ellos. Pero, por debajo de toda esa utillería de atrezo, por debajo de los maquillajes y los afeites tras los que ocultan su verdadero rostro, aflora la cuestión irresuelta de la confianza como un bumerán que siempre vuelve a la mano de quien lo lanza.

En el fondo —y de manera muy simple, que no simplista—, el elector tiene que responder con la mano en el corazón si se fía o no se fía del candidato que se le propone. No hay más.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación