LA TRIBU

Comida

En algunos convites de alta sociedad, has visto brazos cargados de pulseras que mataban en su vuelo por conseguir un langostino

En el convite había gambas RAÚL DOBLADO
Antonio García Barbeito

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Todas las noches, el chiquillo pasaba con un plato de boquerones fritos camino de la taberna de su padre. Lo esperabais al poco de salir de su casa y veinte metros antes de llegar a la taberna, y cuando el chiquillo venía a darse cuenta, cuatro o seis manos infantiles y más traviesas que necesitadas le arrebataban los boquerones. Bandidaje infantil en la sierramorena del oscurecer, bandolerismo de frita diligencia. El chiquillo lloraba y al final quedaban más boquerones en la calle que en la boca. Cerca de ese escenario emerge otra imagen sepia: un casamiento que, como era la costumbre entonces, se celebraba en la casa de la novia. En un lagar frente a la casa habían dejado los platos preparados para el convite: roscos, tiras de queso, rodajas de salchichón y, según habían comentado, gambas. Cuando el camarero cruzó del lagar a la casa de los novios, un trayecto de apenas cinco metros, con los brazos levantados y asentados en las palmas de las manos altísimas un plato de roscos y otro de gambas, cien manos —de niños, de muchachos y aun de mujeres— se lanzaron a alcanzar el botín, fugaz cucaña, deseada altura. En tu memoria infantil, aquella escena de cien brazos levantados queriendo alcanzar gambas y picos te recordó una fotografía que habías visto en algún sitio de una salida de la Virgen del Rocío. Asediado, el camarero no pudo mantener el equilibrio cuasi circense de los platos en alto y la mercancía cayó al suelo, y en el suelo, como un centenar de gallinas a las que se les volea una lata de grano, chiquillos, muchachos y algunas mujeres de más de cuarenta años se tiraron a los adoquines, locos por catar una gamba o un pico. Eras un niño de apenas ocho o nueve años y todavía te avergüenza —no te apena, porque no era hambre— aquella escena.

En algunas ventas de fin de semana, a las afueras de pueblos y ciudades —y aun en su centro—, has visto peleas por una silla, un velador, un turno de camareros, un sitio en el mostrador. Has visto a gente correr para coger una mesa que se quedaba vacía; y has visto peleas por una prenda en la locura de la primera hora de unas rebajas; y en algunos convites de concurrencia de una llamada alta sociedad, has visto brazos cargados de pulseras que mataban en su vuelo por conseguir un langostino. En Marruecos han muerto quince mujeres en la estampía de una multitud, en un reparto humanitario de comida, harina para su sustento. Seiscientas mujeres esperaban, como en la salida de una carrera, empujadas por el hambre, y esa necesidad ha matado a quince de ellas. No estaría mal recordarlo cuando nos matamos por coger la vez en la marisquería…

antoniogbarbeito@gmail.com

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