LA TRIBU

Civiles

Ahí está el romance, recitado en la entrega de unos hombres y mujeres sin los que España no dormiría tan tranquila

La labor de la Guardia Civil en casos como el de Gabriel Cruz ha sido intachable EFE/CARLOS BARBA
Antonio García Barbeito

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Queda muy lejos lo de las calaveras de plomo, muy lejos. El nuevo romance de la Guardia Civil no tiene más octosílabos que la diaria entrega, el diario celo, el diario afán de servicio. Cuando vi cómo le temblaban los labios al comandante que hablaba para la televisión de cómo fue el caso de Gabriel, ese niño asesinado en Níjar, y de cómo reaccionaron abrazados y llorando los guardias civiles que hallaron el cadáver del crío, y al ver cómo al comandante se le empezaban a humedecer los ojos cuando dijo: «¡Es que somos humanos…!», me acordé de las calaveras y del alma de charol, y celebré que los hombres que integran hoy la Benemérita Institución sean hombres comprometidos con nuestro tiempo y con nuestros problemas, nada que ver con el pasado lejano y oscuro de hace casi un siglo.

Es muy difícil que a la Guardia Civil se le vaya vivo un caso, si son guardias civiles los primeros que entran en el asunto. Preparados como nadie, dominan todos los terrenos y todas las caras del delito. Preparación asombrosa, agilidad, instrucción, oficio, celeridad, vista larga, cálculo, estudios… Me alegró ver cerca de su tierra de nacencia a mi querido general Contreras, allí, con los suyos —los suyos de cercano terruño, los suyos guardias civiles y los suyos españoles que necesitaban ayuda—, dejando el testimonio de humano calor en una situación tan dramática. Y me alegró ver cómo, a cualquier hora y en cualquier circunstancia, siempre había un guardia civil dispuesto a jugársela con tal de encontrar al chiquillo, de ser posible, vivo. El romance de la nueva Guardia Civil lo escriben, sin verso y sin prosa, pero con la tinta indeleble del deber y la entrega, los miles de agentes del Cuerpo que aman lo que hacen, visten con orgullo el uniforme y saben que estar ahí, en ese nombre de la Guardia Civil, significa servir sin medida, entregarse a lo que la causa obligue, no doblar la cara jamás y poner todo su empeño, su saber y su vida, si menester fuera, en la necesidad del prójimo. Lo hemos visto en cien sitios, y hace unos días, en Níjar, y lo vemos ahora en Guillena, donde siguen buscando a un guardia civil que no se pensó tirarse al río crecido para salvar a unos automovilistas a los que arrastraba la corriente. El nuevo romance de la Guardia Civil española no tiene capas fugaces que dejen detrás remolinos de tijeras, sino uniformes que no temen meterse en el fango, en el mar, en el fuego, allí donde el prójimo necesite su mano. Ahí está el romance, ahí, diariamente escrito, renovado, recitado en la entrega —que no la voz— de unos hombres y unas mujeres sin los que España no dormiría tan tranquila.

antoniogbarbeito@gmail.com

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