CARDO MÁXIMO

Carta de ajuste

No es tanto lo que ha dicho la juez Alaya, sino el propio hecho de que lo haya dicho

Javier Rubio

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La entrevista con Mercedes Alaya tiene la virtud, por encima de cualquier otra, de haberse convertido en una impresionante carta de ajuste como aquellas que, en nuestra infancia, servían para conseguir una sintonización lo más efectiva posible de los aparatos de televisión a la emisora. Las palabras de Mercedes Alaya -más allá de que gusten más o menos, o incluso de que no agraden lo más mínimo- constituyen la piedra de toque de un sistema político-judicial cuya avería todo el mundo lleva décadas viendo, unos pocos llevan años denunciando y nadie se había atrevido a señalar desde dentro como ha hecho la magistrada que instruyó el caso de los ERE. Insisto en que no es tanto lo que ha dicho, sino el propio hecho de que lo haya dicho: las maniobras groseras que se advertían de fondo para apartarla del caso, la desgana con que la Administración ayudaba a su instrucción o más bien la entorpecía con mil impedimentos, el intercambio de favores que se deduce entre los políticos y el poder judicial. Incluso la descarnada pintura al fresco que compone de quienes la rodeaban -compañeros de puñetas incluidos- resulta indicativa de una situación que dábamos por supuesta pero que nadie se había atrevido a plasmar.

Yo no me atrevo a opinar de la instrucción de la juez Alaya en el caso de los ERE. No sé si lo ha hecho bien, mal o regular porque no tengo ni idea. Desconozco si se trata de una heroína insobornable o se ha pasado de frenada poniendo en la picota la autonomía del Ejecutivo andaluz. Lo único que sé es que su insistencia y su audacia, rozando con la osadía, ha desbaratado un sistema corrupto que promovió el genocidio laboral andaluz con la connivencia de todos los agentes involucrados: Administración, empresarios, sindicatos y mediadores. Y que cuando empezaba a levantar las alfombras de un escándalo intuimos que mayor, como el de los inútiles cursos de formación en la tierra con más paro, se las ingeniaron para hacer descarrilar su investigación.

Pero la carta de ajuste de la democracia española que nos ha mostrado Alaya en el formidable documento de la compañera María Jesús Pereira no puede estar más desenfocada. No hay sintonía entre lo que programan los políticos, lo que emiten los poderes públicos y lo que la ciudadanía recibe en sus aparatos. Ese es el ambiente en el que crecen los demagogos. La juez ha lanzado una pedrada al estanque y el olor a podrido se extiende por todas partes. Poco importan los motivos por los que Alaya se haya decidido a hablar con la contundencia que lo ha hecho. A la vista está que hay despecho, ajuste de cuentas implícito con unos y con otros, pero eso es lo de menos. Allá ella con su conciencia. Nosotros -todos- bastante tenemos con ponernos manos a la obra a reformar un sistema cuyo retrato pestilente nos ha ofrecido en bandeja la juez.

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