LA TRIBU

Cálido compañero

Todo tiene alrededor de una mesa camilla un ritual único que la convierte en una Madre Fuego

Un brasero de picón bajo una mesa ABC
Antonio García Barbeito

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Poco a poco, vamos dejándolo de necesitar, al menos durante todas las horas del día y de la noche, pero nadie como él para acompañarnos en los últimos meses, nadie como él ha sido tan solicitado, tan requerido, tan celebrado. En la casa podrá haber lo que haya, último grito en la tecnología del ramo, incluso un actualizado hipocausto romano que recorre en serpentín el suelo de la vivienda, o radiadores como estaciones de calor que mantienen la estancia a un temperatura de primavera alta, pero donde se ponga un brasero y una mesa camilla…

Si en el verano necesitamos cerca el agobio del calor para celebrar la marea, un patio a salvo de recalmones que convierte la noche en un oasis, una terraza abierta al campo en la que recibimos la gloria de Dios de la mínima brisa que corra, en invierno necesitamos —o será la edad, o será la costumbre, o será un agradable masoquismo— la referencia de un frío que nos rodee, para acudir al auxilio de la mesa camilla con el brasero eléctrico —o la copa de cisco, que fue el principio de la memoria—, para sentirnos más ricos que nadie. ¿Y no es preferible un sistema de calor que mantenga en buen ambiente todas las estancias? Es posible, pero entonces no celebraríamos tanto la mesa camilla. Y aun así, la celebramos. Hace unas semanas, una reunión en una casa con calefacción por radiadores de agua. Temperatura ideal y todo el mundo sentado en sillas junto a mesas normales. Yo me fui a la mesa camilla y encendí el pequeño radiador de aceite que hace de brasero. Al poco, hubo que hacer sitio para todos, que acabaron celebrando la cálida compañía a sus pies: «Es increíble, ahora es cuando se está bien aquí, y no es que tuviésemos frío donde estábamos, es que necesitábamos este calor…» No es sólo el calor, es su compañía. No hay lectura como la de la mesa camilla. Nada, como sentir algo de frío de medio cuerpo arriba y tener una buena falda que puedas llevarte hasta los hombros, como si te embozaras en una capa; ni hay siesta como la que se derrama en el sillón y se entrega al calor amigo y único de un brasero de sobremesa. He dicho leer y digo escribir. Tecleo ahora, hace algo de frío, pero tengo entre mis pies un alargado remedio que sube para socorrerme y al que puedo darle más intensidad de calor, como las viejas firmas que se echaban en el cisco o aquella manera de abrirle las entrañas al volcán de brasero con una badila. Una película, un libro, una tertulia, una copa, una comida, una soledad… Todo tiene alrededor de una mesa camilla un ritual único que la convierte en una Madre Fuego. Bendita sea, mientras dure el frío, esta cálida compañía.

antoniogbarbeito@gmail.com

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