PÁSALO

Aznalcóllar

A base de impuestos y testamentarías los andaluces hemos pagado lo de Aznalcóllar

Cristina Cifuentes, en el momendo de su dimisión EP
Felix Machuca

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Hay cremas devastadoras que se llevan por delante, con el máster de la opinión, a presidentas de comunidades populares, para que los articulistas, de ambas trincheras, se ganen el pan hoy con las columnas levantadas a su memoria. Cayó tropezando en una caja de afeites la muy empujada Cristina Cifuentes, más sitiada que Troya, tanto por tirios como por troyanos, porque dudo que en la historia reciente de la política española haya habido alguien con tantos enemigos disfrazados de compañeros de partido como esta señora ha tenido que torear. Orgullito, que campa feliz entre las amapolas de la libertad por su casta desplegada, no habría soportado la lidia que esta señora, entre acosos y derribos, ha venido soportando en los últimos meses. El caso es que como hoy van a leer «sienes y sienes» de artículos dedicados a la cremosa, masterizada y martirizada ex presidenta de la comunidad, yo me quiero acordar de otra cosa, mariposa. De esas otras cosas que, en dosis homeopáticas, nos regala la política, para que sigamos creyendo que esto vale la pena. Olviden a Cifuentes. Y piensen en el alcalde de Aznalcóllar. Que a boca llena, con garganta de cantaor por derecho, acaba de cincelar en el frontispicio de nuestro foro político una frase para mandar a Julio César a tostar piñones. El alcalde no quiere para su pueblo ni limosnas ni subvenciones. Como saben, Aznalcóllar, hace veinte años justos, sufrió una de las catástrofes ecológicas más duras de Europa, al romperse la balsa de residuos tóxicos mineros que explotaba la empresa Boliden.

El alcalde se llama Juan José Fernández Garrido, es de IU y no reseño más cosas de su curriculum porque, como comprenderán, no está la cosa para meterse en lo que dicen los curriculum de la política, tan picantes como los avisperos. Pero sí me quiero parar en su declaración de principios para defender la dignidad social y laboral de su pueblo: ni subvenciones ni limosnas. Quiere trabajo. Quiere que la mina se vuelva a abrir. Quiere que sus conciudadanos salgan de la modorra de la sopa boba. Quiere tener un pueblo que se levante temprano, vaya al tajo y regrese a su casa con un jornal limpio, trabajado, sudado y la mar de bien ganado. Los casinos construyen leyendas y propagan historias al compás de un seis doble sobre una mesa de formica. Los tajos les devuelven la dignidad a los ciudadanos que son lo que trabajan. Digo yo que alguien tenía que decir alguna vez esto. Y por fin lo hemos oído. Ni subvenciones ni limosnas. Si esto lo pensaran los ciento nueve diputados de nuestro Parlamento, los alcaldes que tenemos en nuestros setecientos setenta y ocho municipios y los ocho presidentes de las diputaciones andaluzas, estoy convencido de que nos iría muy bien. Mucho mejor que nos va ahora. Donde hemos creado la ficción política de que el poder lo es cuando es capaz de mantenernos sin doblarla, a cambio de un voto y de una clientela ejemplarmente leal. A veces pienso que peor que la catástrofe de Boliden es la contaminación mental que nos invalida como una comunidad competitiva y libre de las balsas tóxicas de la política.

Que la Junta se quiera colgar la medalla de que la zona catastrófica está de dulce y que les ha costado la regeneración de las riberas del Guadiamar 163 millones de euros es normal. Aunque, en verdad, esa medalla se la ponen todos los andaluces que a base de impuestos y testamentarías los han apoquinado uno tras otro. La Junta, en su día, debió colgarse la medalla de estar más encima de una empresa minera que, como muchas del sector, son tan amenazantes para el medio ambiente como necesarias para mantener el sistema de vida del que nadie quiere apearse. Aún no está resuelto quién nos pagará los 89 millones de euros por la ruptura de la balsa. Estas cuestiones suelen demorarse en los tribunales y duran tanto o más que la vigencia del código de Recesvinto. Lo que podemos ir celebrando es que un alcalde andaluz haya pedido lo que ha pedido. Voz en alto. Sin miedo a que sus propios ciudadanos le digan: a trabajar vas a ir tú con tus santas castas. Algo que aquí se ha venido alimentando a base de pan para hoy y subsidio para mañana.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación