LA TRIBU

GPS

Le pones una dirección al cacharro y el cacharro te deja en la misma puerta. ¿Que no? Bueno, bueno…

Los GPS son cada vez más usuales en la conducción ABC
Antonio García Barbeito

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Es verdad que te pierdes en el cuarto de baño de tu casa, y que cuando vas conduciendo y tienes que decidir entre dos direcciones, siempre eliges la que te lleva al sitio equivocado. Nunca fuiste —¿para qué?— amigo de esos mapas que te regalan en los talleres y que tienen más dobleces que una pajarita de papel, ni de pararte en paneles que dicen que lo explican todo muy bien. Tú siempre fuiste de preguntar, en un pueblo, a la entrada o salida de una ciudad, en una venta, en una gasolinera: «Oiga, maestro, ¿voy bien por aquí para Las Hurdes?» Y a lo mejor te habías pasado el desvío, es posible, pero dabas marcha atrás y acababas llegando, aunque fuera con un cuarto de hora de retraso. El problema gordo te vino cuando creíste que se te habían acabado los problemas de destinos cuando tenías que conducir. ¡El GPS! ¡La gran solución! Le pones una dirección al cacharro y el cacharro te deja en la misma puerta. ¿Que no? Bueno, bueno…

Ibas por un camino asfaltado que va del campo al campo y tiro porque me toca. Hace falta ser de la zona para llegar al sitio que quieras ir, y aunque parece fácil —marisma a un lado y dehesa al otro—, no siempre tomamos el mismo camino, que si coge mejor por ese carril, que es más recto, o por aquel, que tiene menos baches; y cuando lleguemos al muro, ¿para dónde tiro, para la derecha o para la izquierda? Y si toma para la derecha, ¿cuándo me salgo del camino principal para tomar la vereda que va paralela al río, que mi idea es llegar a Manchazudillo? Un lío. Pero nada comparable con el lío que tendría el pobre hombre, solo y sin salida, con un camión de doble carga o de doble eje, un horror de camión que mide de pitón a rabo más de veinte metros, y el hombre, más perdido que Cary Grant en la película «Con la muerte en los talones» en aquella carretera del maíz y el aeroplano, con un papel en la mano y haciendo señas a ver si alguien paraba. Te acordaste de tus días perdido en cualquier sitio que no fuera tu calle, y paraste: era un transportista lituano que sabía menos español que tú lituano, pero en el papel estaba escrita una dirección que tú conoces bien. Como pudiste, le preguntaste cómo había llegado allí, y como pudo, te señaló el GPS. Lo entendiste todo. El cacharro lo llevaba por la ruta más corta, pero para ello lo había metido en la marisma. Le indicaste vuelta atrás y nueva carretera en la que llegaría a su destino tras el primer pueblo que encontrara. Te acordaste del día que acabaste con cara de gilipollas en un camino rural sin salida. Desde entonces, haces lo que ya hará siempre el lituano: guardar el GPS y preguntar. No falla.

antoniogbarbeito@gmail.com

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