Yolanda Vallejo

Y no lo es

«No admito el mitinismo camuflado de didactismo, los cánticos, las arengas y los puños en alto bajo el epígrafe de Universidad»

Yolanda Vallejo
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Parece que fue Juan Carlos Monedero el que le puso «universidad», y no «escuela», a los encuentros de verano que organiza su formación política, porque «la gente humilde también tiene derecho a ir a la universidad». Menos mal, porque en España, como usted y yo sabemos, la universidad es tan elitista y tan cerrada, que solo permite el acceso a los hijos de los nobles y de los pudientes de rancio abolengo. Monedero, por edad, pertenece a la misma generación que yo –más año más, que año menos- y desconozco si cantó mucho aquello de «el hijo del obrero a la universidad» o si corrió –como dicen todos- delante de los «grises»; tampoco me interesa excesivamente a qué se dedicaba el padre de Monedero, pero sí sé a lo que se dedicaba el mío.

Y yo fui a la Universidad, siendo, no solo hija, sino huérfana de un obrero. Nadie me miró por encima del hombro, ni me pidió el pedigrí. Nadie se interesó por mis filias políticas, ni me preguntó por el origen de mis apellidos; tal vez porque todos los que estábamos allí éramos hijos de obreros, de trabajadores, jóvenes que accedíamos a los estudios superiores, becados –en la mayor parte de los casos- por un gobierno, el de Felipe González, que sí había luchado porque todos y todas –la corrección, que nunca falte- pudiésemos estudiar en la Universidad. Sin necesidad de tanto aspaviento, y sin abaratar el significado de la institución académica.

La Universidad no es esto, Monedero. Por mucho que usted se haya apañado la maletita con la barra de pan, el pero, el ajedrez, la guitarra y el libro de Engels, y se haya venido hasta Cádiz. La Universidad no es esto, insisto. Por mucho que el rector haya cedido los espacios a Podemos, y por mucho que los setecientos alumnos inscritos ronden, por edad, el término «universitario». La Universidad no es esto. Admito, sin ningún tipo de problema, lo de los nuevos tiempos y los nuevos lenguajes. Admito, incluso, el adoctrinamiento de los ponentes y la evangelización de los talleres –algunos, con unos nombres que delatan intenciones alucinógenas incluso. Pero no admito el mitinismo camuflado de didactismo, los cánticos, las arengas, los desmayos y los puños en alto, bajo el epígrafe de «Universidad».

Porque lo del intrusismo que tanto molesta en determinados colectivos profesionales, es aplicable también a esto. Lo que caracteriza a la Universidad -si es que conserva todavía alguna de sus características primitivas- es la libertad de opinión, el debate, la confrontación de ideas, y el respeto por la argumentación. Nada que ver con lo propuesto por los cursos de Podemos, cuyo programa, visto con distancia, se parece más a unos ejercicios espirituales que a unas jornadas universitarias.

Y no. No entraré en valorar el fondo, porque –en el fondo- los asuntos tratados, después de todo, me parecen bastante interesantes. Al fin y al cabo, lo de «construir el relato colectivo que nuestro país se merece» tiene su punto. Otra cosa, es la forma, las formas con las que Podemos construye ese relato colectivo. Porque viendo el programa se llega a la conclusión de que ni en West Point dan una formación tan profunda y estricta para llegar a ser un auténtico militante de Podemos. Desde «Las series que necesitamos» –yo, personalmente no necesito ninguna, ni siquiera «series documentales»- a «herramientas globales del heteropatriarcado», pasando por el momento confesiones de Cañamero o la creación de campañas con colectivos en lucha, lo de la universidad de Podemos es un completo programa de adoctrinamiento y de entrenamiento para la consecución del pensamiento único. Hasta el recreo –lo de los pildorazos no tiene precio- está mediatizado por la sombra del líder Iglesias, al que Cádiz recibió al grito de «Presidente, presidente».

No sé qué pensará usted. Pero imagine que hace tres años, al Partido Popular le da por montar en Cádiz una cosa de este tipo. Ya sabe, en vez de la chirigota del Vera, el coro de Julio Pardo; en vez de Raimundo Amador, Taburete; y en vez de los apóstoles de Pablo Iglesias, los monaguillos de Rajoy. Si encima, lo hubiesen llamado «universidad del PP» ni le cuento el pitorreo –por ser suave en el término- generalizado que habríamos tenido. Eso, sin contar con los megáfonos y la indignación ciudadana que habría acampado en la puerta. Con toda la razón del mundo, dirá usted. Y yo lo suscribo.

Porque me parece estupendo que Monedero diga que «la alcaldía de Cádiz es un referente y una esperanza de futuro» –ojalá, y lo pienso con toda mi mejor intención- y me parece estupendo que repita hasta la saciedad que «hace dos años los niños gaditanos pudieron seguir comiendo cuando terminaron el colegio», y me parece estupendo que «baje» –los del norte siguen pensando que el sur está más abajo de donde está- a Cádiz con su guitarra, su barra de pan y su pero.

Pero que no lo llamen así, por favor. Que aunque sabemos que la mona vestida de seda, sigue siendo una mona, en este país costó mucho esfuerzo que «el hijo del obrero» pisara las aulas universitarias, como para llamar Universidad a cualquier cosa.

Ver los comentarios