OPINIÓN

Villa Carmen

Así se llamaba la casa donde se instaló mi familia cuando llegamos a Cádiz desde Canarias

Julio Malo

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Así se llamaba la casa donde se instaló mi familia cuando llegamos a Cádiz desde Canarias; sus tejas verdes la distinguían del resto de las villas de la ciudad extramuros. Era una construcción grande, apropiada al amplio grupo típico de la época, ajeno al modelo de familia calvinista, especie que hoy protegen los gobiernos. Mucho tiempo después supe que mi padre la había alquilado a la Saturna, asentadora de pescado del Mercado Central, quien construyó el caserón para invertir en esa zona aún poblada de casas bajas, en Madrid reconocidas por el castizo nombre de ‘hotelitos’, y que actualmente adoptan la cursi denominación de chalet, voz procedente de ‘châtelet’, palacete en francés. Mi alegre infancia discurría entre Villa Carmen y el colegio, a lo largo del paseo marítimo sobre la Playita de las Mujeres; los días con temporal de poniente tendido, en el tranvía que recorría la larga avenida, del cual nos descolgábamos en plena marcha. Durante el largo y cálido verano, nuestra fratría juvenil se desenvolvía, entre mañanas de playa sujetas al ámbito protector y rutinario de la familia, y tardes de gozosa libertad en compañía. Apenas visitábamos la ciudad antigua: no era lo mismo ser de Cádiz que de Puerta Tierra.

Hasta principios del siglo XX, la ocupación de la barra arenosa en forma de cola de cometa, entre Cádiz y el Caño Sancti Petri, se limitaba a pequeños núcleos de población más allá de la línea de servidumbre militar desde el Baluarte de Puerta Tierra: San José en torno a la Iglesia levantada hacía 1787 por los arquitectos Torcuato Cayón y Torcuato Benjumeda, donde antes hubo una ermita con mesón y alberca; San Severiano junto a corrales de pesca; y el de Puntales en torno al Castillo de San Lorenzo. En 1929 el Ramo de Guerra cede a la ciudad los glacis, fortificaciones y cuarteles que configuraban Puerta Tierra, y en 1931 se adjudica a Cádiz una «zona franca» que estimula la actividad comercial e industrial en el área extramuros. Un concurso para la urbanización de los espacios liberados de usos militares va a dar lugar a la ciudad jardín que fue Bahía Blanca; a la vez que se promueven actividades recreativas y vacacionales en la Playa Victoria. Aunque estos proyectos se paralizan con la guerra civil y no se consolidan hasta después de la catástrofe de 1947.

Cuando ya en los años ochenta regresé a Cádiz, tras una larga ausencia, ese conjunto armónico de casitas había dejado su lugar a una ciudad espesa de arquitectura vulgar, al modo de las periferias construidas en toda España durante el desarrollismo inmobiliario propio de la época. Quedaban: su morfología de ciudad lineal y la mar. Luego se produce una dispersión de población a lo largo del área metropolitana de la bahía que no termina por reconocerse, pero alivia la densidad de Puerta Tierra y salva los espacios marismeños de Cortadura. Hoy el nuevo puente ha producido un notable descenso del tráfico rodado; la construcción del carril bici, así como la previsible peatonalización del paseo marítimo, preludian una ciudad más amable. Sin embargo, no se han resuelto las carencias dotacionales de algunas barriadas; mientras quedan abandonados los grandes proyectos: el Hospital Regional y la Ciudad de la Justicia; como también Residencia Tiempo Libre que fue un equipamiento de hermosa arquitectura. En Villa Carmen ya no estallan los geranios, ni suena el vocerío de chiquillos; en su solar se ha levantado una Comisaría de Policía.

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