José Manuel Hesle - OPINIÓN

Vamos tarde

cada visión es tan legítima como la contraria con tal de que sus perceptores acepten la imperfección y la absoluta necesidad de complementarla con otras

José Manuel Hesle
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En una de mis primeras columnas recordaba la dinámica a la que nos sometiera aquel profesor que a la par era venerado maestro para el inquieto grupo de estudiantes universitarios entre los que me incluía. Fueron momentos históricos relevantes donde se hacía indispensable aprender a simultanear la defensa de la propia opinión con la capacidad de emerger sobre la complicada realidad social que condicionaba aquellos instantes y no sabíamos si el devenir inmediato. La música me sonaba y por eso tal vez me resultaran tan atractivas aquellas tertulias. Me sonaba porque alguien irrumpió en mi recién estrenada adolescencia para hacerme comprender que aún en las condiciones más adversas se podía salir adelante. Que era posible mantener la coherencia entre lo que se pensaba y lo que las circunstancias permitían hacer.

Que nadando y guardando la ropa era posible mantener el norte. Y sobre todo que lo importante estaba en contribuir a poner las bases del mundo nuevo, que se decía, en el que creíamos y por el que luchábamos. La lucha como expresión que mejor definía la acción necesaria para conseguir lo que nunca nos llegaría en bandeja y gratis. Porque los cambios debían ser siempre la consecuencia de un proceso de interiorización de nuevos valores.

Hace unos días me reunía con los integrantes de un colectivo ciudadano para tratar de favorecer, mediante el uso de aquella misma dinámica, el razonamiento de que son los distintos puntos de vista lo que hace que las cosas de las que hablamos parezcan diferentes. Que la incapacidad para tener altura de miras, para conjugar la visión puntual con la global, es la que provoca la mayor parte de las confrontaciones en las que a diario nos vemos involucrados. Confrontaciones que nos fosilizan en lo común y nos amargan en lo personal. Que cada visión es tan legítima como la contraria con tal de que sus perceptores acepten la imperfección y la absoluta necesidad de complementarla con otras. Concluimos en que solo compartiendo el conocimiento y sumando la inteligencia podíamos alcanzar el enfoque más ajustado de la realidad y aportar las soluciones más eficaces a las dificultades. La sensación que percibí en quienes participaron en el encuentro fue como de un ‘yo quiero más de esto’. De un estado de sosiego y tranquilidad por la certeza de que nadie se equivoca. De que nadie posee la verdad en exclusiva. De que se puede opinar siempre que se esté por la labor de escuchar y considerar las razones ajenas. A la gente le va el rollo.

Cansina resulta la permanente invocación a la necesidad de otro tipo de relaciones y huera sin la firme disposición a ponerla en marcha.

Los cambios, jamás podrán ser ofrecidos como un producto acabado. Ningún cielo, ni aún tomado por asalto, podría imponerlos con más legitimidad de la que asiste a quienes ya han empezado a tratarse del lado del diálogo, la disposición hacia la búsqueda de lo que suma, la certeza de que en la discrepancia está la ocasión de crecer comunitariamente y la apuesta por el bien común.

Por contra asistimos cada día al indignante espectáculo de quienes se defienden con altivez del saqueo a que nos sometieron. A la desfachatez de quienes les ampararon y al desprecio que por sus víctimas sienten unos y otros. Y a ello, un fin de semana que vino a añadir mayor bochorno ante la exhibición de conjuras, descalificaciones, puñaladas traperas y ambiciones personales sin escrúpulo de la mano de a quienes les habría correspondido hacer bandera de lo contrario.

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