Ramón Pérez Montero

Triunfo

En el mundo hay cosas que no se llegan a comprender

Ramón Pérez Montero
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Sorpresa, estupor, miedo, ira. Son algunas de las reacciones que ha provocado la elección de Trump entre aquellos que a fuerza de no quererlo optaron por no creer que fuera a salir elegido presidente. Incluso desde las más altas instancias felicitan con la boca pequeña al Miura con el que tendrán que lidiar en los cuatros próximos años.

Leo y escucho las interpretaciones que los expertos en política internacional dan del fenómeno. Desde nuestra perspectiva en el mundo hay cosas que no se llegan a comprender. Y eso que aquí, en nuestro país, ya experimentamos en Jesús Gil a nuestro Trump particular, al que las fuerzas políticas dominantes supieron neutralizar apenas la infección mostró sus intenciones de extenderse desde su foco primario marbellí.

No soy experto en política internacional (ni siquiera nacional, Dios me valga) pero, desde hace ya meses, me lo veía venir sin descartarlo como una posibilidad real. Y es que resulta muy difícil de entender la elección de Trump si la consideramos como un acto de la voluntad de la mayoría de los votantes norteamericanos. A muchos les cuesta entender, por mas películas del Oeste que hayan visto durante su infancia, cómo una sociedad desarrollada como la estadounidense, ha podido encumbrar en la presidencia de la nación a un tipo que parece un mal remedo de Benny Hill, aunque con el maletín nuclear en sus manos.

Tal vez la imagen de Norteamérica que nos llega, normalmente distorsionada por la distancia y los por imperativos culturales, es la de una nación culta y avanzada en la que menudean las mentes más brillantes del Planeta en el terreno de las artes y en las listas de los premios Nobel. Pero se nos olvida que la mentalidad del ‘cowboy’ es todavía la que predomina en buena parte de la Norteamérica profunda, que es la mayor parte de Norteamérica.

Desde esta perspectiva estrecha no se puede entender el fenómeno Trump. Porque lo contemplamos desde un punto de vista fragmentario. Lo consideramos un hecho particular sucedido en un país concreto y eso es lo que nos lo distorsiona. Donald Trump es un acontecimiento global y no sólo lo han elegido sus votantes sino todos los que por acción u omisión estamos integrados en la corriente general de conciencia que mueve al mundo.

Esa corriente de conciencia es la que, en efecto, contempla la realidad como un conjunto de hechos fragmentarios, la que cree ciegamente en el mito del progreso permanente, la que muestra su más absoluta confianza en los poderes milagrosos de la ciencia para resolver todos los problemas (jamás para crearlos), la que olvida que el Planeta es una fuente de recursos (cada vez más) limitados. Todos los que vivimos en el mal llamado Primer Mundo nos dejamos arrastrar por esa riada de la fe en el bienestar perenne. Y cuando la realidad, la auténtica y tozuda realidad, nos hace ver que ese tipo de felicidad es simplemente el resultado de una ecuación física cuyas variables fundamentales son la materia prima y la energía en un mundo que ha entrado ya en una lucha encarnizada por el control de esos dos recursos que se agotan cada día, comenzamos a entrar en pánico.

Entonces las fuerzas dominantes en esa corriente de conciencia buscan un salvador y ya tenemos a Trump en la cresta de la ola. Y ese triunfo nos sorprende, por más que el tipo lo trajera ya impreso hasta en su propio apellido.

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