Montiel de Arnáiz

Somos de coña

El humor se ha convertido en un elemento más de la política, quizás el más importante.

Montiel de Arnáiz

El humor se ha convertido en un elemento más de la política, quizás el más importante. Es cierto que habían venido apareciendo monologuistas en paro (también llamados «cuñados») que iban desde Alfonso Guerra hasta Gabriel Rufián, Percival Manglano o Pablo Echenique, que han hecho de Twitter su Club de la Comedia privado cultivando el noble arte del «zasca» (propio y ajeno), pero cuando los medios de comunicación comenzaron a utilizar la mofa como arma de destrucción masiva del contrario y se extendió la viralización de los vídeos por redes sociales todo comenzó a estar perdido de nuevo, one more time.

En cuanto las chanzas del yihadista hijo de la Tomasa se hicieron imprescindibles me preocupé: ¿estaríamos llamando a la puerta del diablo como cuando Cavada le dio un premio al Charlie Hebdó? No –me contestaron–, el humor es una vía de escape del duelo, una manera de relativizar, de poder continuar el camino pese a las miserias que nos asolan. No me quedé muy convencido, la verdad. Esta cosa del humor se ha convertido ya en algo de chiste, convirtiéndonos en recaudadores de «Me gusta» o followers. Si nuestros padres hablaban de la superioridad moral de que hacía gala la izquierda, ahora nos encontramos con la superioridad «humoral» donde un montón de ganapanes se dedican a despedazar al adversario (sea cual sea: un político, una ideología, un equipo de fútbol) a base de ridiculizarlo en público, escudándose en la libertad de expresión.

Vemos así memes de toda índole, video-montajes dignos de un Óscar, presentadores afanados en su misión única y graciosetes de todo pelaje valiéndose del humor para llegar a un público (también llamado electorado) cada vez más LOGSE (y por tanto menos preparado); el mismo que hace multimillonario al Rubius, por cierto. Todo es risible, en realidad: la lengua de Rajoy, la peluca de Puigdemont, la gordura del coreano, el pellejo de Trump, el ojo de Junqueras, la estatura de Soraya, los picores de Rivera o la mandíbula de Susana.

Todo salvo aquello que nuestros imanes de lo políticamente correcto nos limiten, claro, que con el terrorismo etarra puede hacerse humor negro pero con el machista eres un insensible cerdo fascista y demás. Normal que nos lo tomemos todo a chiste: somos de coña.

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