La soledad del abogado

Cuando salen a la palestra casos como el de Gabriel siempre me hacen la misma pregunta, ¿y tu como puedes defender a un delincuente?

Adolfo Vigo

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Cuando salen a la palestra casos como el del pequeño Gabriel o el de Diana Quer, siempre me hacen la misma pregunta al detener al presunto asesino, ¿y tu como puedes defender a un delincuente? Creo que no seré al único abogado al que su familia, amigos o compañeros le hacen esa pregunta. Y, al final, se tiende a endemoniar al abogado por defender al acusado.

La figura del abogado, tan prestigiosa en otras épocas, ha decaído últimamente. No solo nos ven como extraños personajes que pululan por los juzgados con extraños ropajes y entonando formulas latinas, arcaicas para unos y de extrañas comprensión para otros, sino que la sociedad nos tiene como profesionales carente de escrúpulos porque defendemos los intereses, en ocasiones, de los personajes más malvados de la sociedad.

En esos casos, siempre mantengo la misma respuesta que no es otra que la de qué todos tenemos derechos a la defensa de nuestros intereses ante los Tribunales.

Miren ustedes, los profesionales que nos dedicamos a esto sabemos con el tipo de sujetos con el que tratamos, no necesitamos que nadie nos venga a recordar que en muchos de nuestros expedientes, nuestro cliente es el «malo» de la película, pero saben una cosa, si mañana usted, el que me lo pregunta, le hiciera falta que le defendiera por un delito del que se le acusa, lo haría, y sabe por qué, pues por que mi trabajo es el de vigilar que los tribunales, los jueces y los fiscales cumplen a raja tabla con el Derecho Penal y Procesal. Verificar que si al delito del que se le acusa está penado con un máximo de 20 años, por ejemplo, a usted no le caigan más de esos años. De asegurar que cuando se encuentre detenido se cumplan las normas que se recogen en la Ley de Enjuiciamiento Criminal. De esas cosas, y de algunas más, son de las que se encarga el abogado de la defensa, no solo, como algunos piensan, de sacar libre al acusado.

El abogado de la defensa, en la inmensa mayoría de estos casos mediáticos, se encuentra solo ante la sociedad, solo ante la incomprensión de las personas que no entienden que no somos más que un elemento más en el engranaje de la Justicia para, si al final se condena al acusado, saber que estamos ante una sentencia justa, al haberse observado todos los requisitos para dictarla, entre los que está el derecho a una defensa con todas las de la Ley.

En muchas ocasiones, la defensa de estos personajes es asumida por abogados del turno de oficio, letrados que en su leal servir a la Justicia se apuntan en una lista para prestar su servicios a aquellas personas que no pueden pagársela, y que por una miseria, porque no piense usted que nos pagan mucho, se dedican al ejercicio de la defensa por el bien de la sociedad. Sé que pensarán que somos profesionales carente de escrúpulos pero, para mí, sería peor dejar que se vulnerara el principio de inocencia reconocido en la Constitución y que alguien fuera condenado sin tener a su disposición los medios para un procedimiento justo.

De tal modo que, y no le quepa la menor duda, amo profundamente mi profesión de tal manera que, como estableció Eduardo J. Couture en su decálogo del abogado, si el día de mañana mi hija me pidiera consejo sobre su destino profesional para mi será todo un honor aconsejarle que se dedique a esta profesión.

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