TRIBUNA

Sin cambios

Parece inaudito, pero es real

Antonio Ares

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Parece inaudito, pero es real. Habría que desempolvar los archivos más vetustos del Congreso de los Diputados para encontrar un antecedente similar. El pasado martes 12 de diciembre nuestra Cámara Baja aprobó por unanimidad, y sin ningún voto en contra, que los animales dejen de ser considerados cosas y en cambio sean reconocidos como seres vivos. Cuando algo adquiere la cualidad de tener nombre propio deja de tener ese espíritu de cosa y pasa a la categoría de ser. Holly Golightly, protagonista de la novela de Truman Capote ‘Desayuno en Tiffany´s’ decía que a un gato nunca hay que ponerle nombre hasta que no tenga dueño. Posesión y nominación van de la mano. Todos los grupos parlamentarios han apoyado la modificación del Código Civil, la Ley Hipotecaria y la de Enjuiciamiento Civil. Ojala el consenso hubiese sido similar en el tema de los desahucios ejecutados en los últimos años. «Con vistas a sentar el principio de que la naturaleza de los animales es distinta de la naturaleza de las cosas o bienes, principio que ha de presidir la interpretación de todo el ordenamiento».

Las ciudades ya hace tiempo que dejaron de ser un simple conjunto, más o menos organizado, de edificios, calles, plazas, infraestructuras y servicios. Aúnan la vida más o menos intensa de sus habitantes, instituciones públicas y privadas, y todo lo que por generación espontánea quieran conferirle la condición de ser vivo. La ciudad tiene su propio pulso, su mayor o menor capacidad de expansión y desarrollo, y sus flujos con el medio que le rodea. Sus constantes vitales le vienen dada por la lozanía de su urbanismo, la pulcritud de su medio ambiente y por la apuesta de habitabilidad sostenible y duradera que le hayan querido plasmar su ciudadanía y sus dirigentes. Las ciudades son seres vivos que tienen sus derechos. Derecho a ser lo que son, el hábitat en el que se desarrolla la vida de la ciudadanía.

Nuestra ciudad hace años que dejó de tener ese pulso de atención que le tiene que prestar las instituciones locales, provinciales, autonómicas y nacionales. Los proyectos pendientes de dar vida a nuestra ciudad se han quedado en cajones polvorientos. Edificios abandonados a su suerte, solares con la parálisis se esos trámites administrativos y recursos paralizantes que los hacen inviables, carteles descoloridos donde los pensionistas, ávidos de hacer cuentas, no son capaces de discernir entre la realidad y el deseo, páramos insolentes. Algunos de ellos fueron estudiados, analizados, proyectados, presupuestados y tramitados, pero nunca ejecutados. Las promesas políticas han sido capaces de trascender de la verbalización más locuaz a las imágenes de declaraciones en los medios, de los boatos de la colocación de la primera piedra hasta el olvido del paso del tiempo.

Para diez años van del derribo del antiguo Pabellón Deportivo Fernando Portillo. Siendo una instalación deportiva de gran utilidad para el barrio, fueron derribadas con intenciones urbanísticas meramente especulativas. Lo que tenía un plazo de ejecución de quince meses, mucho nos tememos que pueda llegar a los quince años.

El frontal de la Caleta y Parque Genovés, una de las mejores zonas de nuestra ciudad, muestra con dolor las cicatrices de la indiferencia administrativa. No tiene que ser tan difícil alentar y ejecutar actuaciones urbanísticas en edificios catalogados de interés cultural. El antiguo Hospicio de la Santa Caridad, construido por Torcuato Cayón en 1763 (actual Valcárcel), el edificio de la Escuela Náutica de 1968, el edificio del Olivillo, del premiado arquitecto gaditano Antonio Sánchez Estévez, que tan buena impronta arquitectónica dejó en nuestra ciudad. El Colegio Mayor Beato Diego parece que puede concluir su reforma en breve. Ni que hablar del Centro de Arqueología Subacuática, ubicado en el antiguo Balneario de la Palma y del mastodóntico Castillo de San Sebastián.

El proyecto estrella de la Junta de Andalucía para la Bahía de Cádiz fue el Tren Tranvía, anunciado en 2006, aún no se sabe la fecha de inicio de su funcionamiento, y lo que es peor, si es útil para las comunicaciones después de haber fragmentado núcleos urbanos y causado molestias a miles de ciudadanos.

El Museo del Carnaval parece que está en el disparadero de salida. Por fin se ha encontrado una ubicación digna y prestigiosa para tan insigne tesoro cultural y étnico, el problema sigue estando en buscar fuentes de financiación para tal fin.

La Ciudad de la Justicia se ha convertido en una auténtica patata caliente que nadie quiere tener entre sus manos. Qué si en los antiguos terrenos de la Institución Provincial Gaditana, qué si en los Depósitos de Tabaco.

Y que me dicen del interminable Carril Bici, o de la maltrecha y aluminósica Residencia del Tiempo Libre, joya del sector hotelero. O del futuro Hospital Puerta del Mar, o del Teatro del Parque Genovés o de esa Terminal de Contenedores que larga me la fiais.

Lo seguro del 2018 será el cierre del Comedor Social del Hogar del Pensionista de la Viña. La zona con más personas mayores de la ciudad, la de más paro y la más desfavorecida. A eso se llama llevar a cabo los proyectos. Continuará …..

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