Se sienten superiores

No recuerdo muy bien quién, alguien de la mesa nombró a Puigdemont. Y comenzó el desastre

Ignacio Moreno

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La cita era a las dos y media. Domingo reciente. Habíamos quedado en una venta de carretera de El Puerto. Buen sitio. Nada de nitrógeno líquido ni luminiscencias. Sus papas con chocos, sus puntillitas, sus croquetas de puchero, su gallo empanado para los niños. Los niños. Allí estaban los seis nietos de la familia. Dando el rollo, para qué les voy a engañar. Es lo que toca. Tras sus sanjacobos y filetitos correspondientes, logramos que se retiraran hacia la zona infantil para desfogar su interminable energía. Y allí nos quedamos los nueve adultos, miembros de una familia estandar como cualquiera. Estaban representados los abuelos, los hermanos, los hijos y por supuesto los cuñados. La conversación post comida, con su café y algún que otro cigarrillo, transcurrió por los derroteros habituales. Comuniones por venir, deporte escolar, la mala racha del Cádiz... hasta que llegamos al tema.

No recuerdo muy bien quién, alguien de la mesa nombró a Puigdemont. Y comenzó el desastre. En cuestión de no más de dos minutos dejamos de hablar pausadamente y directamente nos pusimos a discutir. En lo esencial estábamos de acuerdo. Ya saben. No al independentismo. Estos son unos descerebrados con aires de grandeza. Muy bien el Rey. Pero en el resto de variables del asunto, hubo más que discrepancias. Si debían ir a la cárcel o no, si Rajoy ha sabido llevar bien esta crisis o se ha mostrado demasiado cauteloso, si el PSOE ha sido suficientemente rotundo en su apoyo al Gobierno o algo ambiguo. Curiosamente Podemos ni salió en la conversación, ya que apenas es relevante en este asunto y tiene toda la pinta que en breve va a dejar de serlo en otros muchos. Salió muy bien parada Inés Arrimadas. Ahí sí hubo unanimidad, sobre todo a raíz de su discurso el día de la primera y efímera declaración de independencia de ‘Puigcagón’, como alguien le definió con mucho ‘age’ y acierto el otro día en tuiter a tras su cobarde huida a Bruselas.

Sin embargo, después de tan acalorada discusión, la principal reflexión que me hacía en el coche de vuelta a casa es que si una familia normal y corriente de Cádiz, a más de mil kilómetros del problema, es capaz de discutir así por este asunto, cómo será en Cataluña. En el fondo, para nosotros no es una preocupación personal prioritaria. Pero imaginen la fractura que habrá allí. En las comidas familiares, en los trabajos, en las comunidades de vecinos, en la Universidad. Y todo por los delirios de grandeza de un grupo de políticos y una parte de la sociedad que se creen sencillamente superiores. Política, intelectual y económicamente. Que nos consideran al resto un lastre. Y la historia nos ha enseñado que muchos de los mayores dramas que ha vivido la humanidad comenzaron a construirse sobre esa misma base, la del desprecio al que consideran inferior. Aunque en este caso la estrategia sea disfrazarlo de buenismo y falsa democracia en lugar de nazismo.

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