Secesionistas de la fiesta

En una final del Falla de un año cualquiera de nuestro Cádiz el público llenaba a rebosar el teatro

Nandi Migueles

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En una final del Falla de un año cualquiera de nuestro Cádiz el público llenaba a rebosar el teatro. Los plumeros se agitaban antes y durante el transcurrir de la noche, los asistentes deambulaban de un lugar a otro, de butacas al ambigú, de paraíso al anfiteatro y en cada uno de los palcos se celebraba una mini fiesta particular entre risas, cantes y besos robados.

Las agrupaciones mostraban sus argumentos demostrando por qué habían conseguido llegar a esa última gran función. En uno de los palcos había un grupo familiar seguidor y acérrimo de la pureza del tango de Cádiz. Se llamaban asimismo ‘Tanguistas Independientes’. No le gustaban esas modernidades de coros de hoy, que según se les podía oír en sus comentarios, eran unos musicales al más puro estilo de Broadway, pedían tangos por derecho, como Dios manda. En una zona de butacas charlaban entre actuaciones muchos partidarios de la chirigota clásica. Hablaban en corrillos y en voz alta para hacerse notar, decían que no podía permitirse de ninguna manera a esos grupos chirigoteros que cada año traen la misma parafernalia, un pasodoble acomparsado y unos cuplés con menos gracia que el Junqueras en el club de la comedia, se hacían llamar ‘La república del tres por cuatro’. En el Paraíso sin embargo había montada una gran juerga por fiesta a lo gaditano por una mayoría aplastante de jóvenes aficionados. Entre estos había sobre todo mucho adepto a las comparsas estrellas de cada año. Aquellas que demuestran su categoría y nivel estratosférico en voces, instrumentistas, músicas, letras e ideas abstractas o tan rebuscadas que otros no llegan a entender en sus cortas mentes tradicionales y obsoletas. El nombre de su grupo era ‘Los unilaterales de la fiesta’. En el palco del ayuntamiento se encontraban los políticos que en esa noche casualmente si podían asistir a escuchar las coplas del pueblo llano. Cada uno tenía sus preferencias también. Muchos comentaban lo injustas que eran las críticas lanzadas en las letras hacia ellos y otros que nadie les valoraba su trabajo en el consistorio, que todo eran ataques y detracciones hacia su labor política. Cuando salía algún coro inocuo en sus letras los veían encantados, si por el contrario lo escrito iba directo a ellos o su labor, que el jurado los pasó por la cara. Éstos se auto dominaban por su situación privilegiada en el teatro, ‘Los intocables del principal’. Los palcos platea estaban ocupados en su mayoría por personas foráneas maravilladas del espectáculo que veían en las tablas y agradeciendo el poder estar allí esa noche tan mágica sin dar una opinión clara por el desconocimiento sobre la materia, su grupo se auto llamaban ‘Los Podemistas ambiguos’. En el jurado existían varios grupos discordantes. Los conscientes que la final era una puntuación más y había que seguir prestando la mayor atención posible a lo que se interpretaba frente a aquellos que pensaban que estaba todo hecho y que poco se podía cambiar desde la última clasificación de semifinales, se les llamaba popularmente «Jurado federalista y cabrón».

Un teatro a rebosar con multitud de opiniones distintas y peculiaridades. Un pluralismo que no impedía que la función se desarrollara con total normalidad y que todos salieran satisfechos de lo vivido en esa noche. Como dijo Serrat, cada uno es cada quien y baja las escaleras como quiere, por ello no tengo que obligar a que todo el mundo las baje de la misma manera.

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