Montiel de Arnáiz

Sánchez es azul

No digo azul queriendo decir del PP, ni tampoco en su sentido anglosajón referido a la depresión, sino que es insondable, como el mar

Montiel de Arnáiz
CÁDIZ Actualizado: Guardar
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El cielo nace azul aunque lo percibamos con variados tonos de crema; pese a que nos ofrezca una alegoría de colores que suele enfrentarse a nuestro ánimo para vencerlo, sin piedad. En realidad lo cantaba ya un maestro de lo obvio: todo sigue igual. Luego llegarían los alaridos rabiosos de Corgan, los rasgueos de Hendrix y las gafas de buzo de Bono: the beginning is the end. Ya lo he comentado en el pasado. El eterno retorno.

Siempre me cayó bien Pedro Sánchez –no como a López Gil, santo patrón de los exDelphi y Observador impertérrito del avance de las Pymes gaditanas– y por eso no entendía sus cuitas con Pablo Iglesias, ese arrastrarse sin sentido alguno con el maquiavélico líder podemista, mucho mejor ajedrecista que el del PSOE.

Sin ser socialista votar al soldado Sánchez me parecía ser un mal menor frente a la sobrevalorada Susana Díaz y al triste de Patxi López (pocas cosas venden menos en política que la tristeza humana). Pedro Sánchez representaba la democracia interna, en realidad; el valor del voto de la militancia, las bases, frente al stablishment de andar por casa de la trianera y su cohorte de expresidentes pasados a mejor gloria.

Pero, como el cielo, Sánchez es azul en el fondo. No digo azul queriendo decir del PP, ni tampoco en su sentido anglosajón referido a la depresión, sino que es insondable, como el mar. Yo no le veo el más mínimo aliciente sexual, para qué voy a engañarles, y en muchas ocasiones su postureo de vendedor de biblias (laicas) me ha parecido ciertamente agotador, al igual que sus cambios de tercio ideológicos, sólo superados por los de (elija usted a su político favorito). Sánchez es azul porque el comienzo es el fin, porque uno no sabe si el aún joven requete-líder habrá aprendido la lección y si, ya siendo incisivos, la lección es la de la asignatura correcta.

Es probable que mil dagas afiladas estén esperándole al paso en los sucesivos –e inesperadamente inminentes– congresos territoriales que van a venir sucediéndose en el PSOE tras su aplastante victoria. Si yo fuera él lo tendría claro: Sánchez debe ser azul en público y rojo en privado. Rojo como el néctar libado de la guillotina.

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