Antonio Papell

Reparaciones de urgencia

Nuestro país ha llegado a un punto en que es necesario una reconstitución de sus postulados y estructuras

Antonio Papell

Sólo quien estuviera políticamente ciego dejaría de ver que nuestro país ha llegado a un punto en que es necesario una reconstitución de sus postulados y estructuras, una puesta al día de la Carta Magna que constitucionalice algunos nuevos valores, delimite definitivamente un modelo de organización territorial que quedó apenas hilvanado en 1978, resuelva determinados anacronismos insostenibles (la exclusión de la mujer de la línea sucesoria de la Corona, p.ej.) y –lo que es más importante– congregue a una amplia mayoría social en el quehacer explícito de continuar haciendo país, cristalice un moderno patriotismo constitucional que nos otorgue presencia y envergadura en la Unión Europea, y perfeccione la representación, de forma que la ciudadanía se sienta cada vez más participante en la tarea colectiva. Todo ello sin olvidar la adopción de determinadas cautelas sobre la corrupción, que merecen figurar en la ley fundamental para solemnizar una lucha que está muy lejos de haberse emprendido con el denuedo necesario.

El PSOE ha conseguido la creación de una comisión en el Congreso con claras y ambiciosas pretensiones federalizantes, y con cierta esperanza de que pueda tener un efecto lenitivo sobre la cuestión catalana: la comisión –decía la propuesta original presentada por el PSOE en la Cámara Baja– «tendrá por objeto analizar las necesidades actuales del modelo de organización territorial en España y realizar las propuestas que considere necesarias (.) para desbloquear el actual desencuentro en relación con la cuestión catalana y aportar soluciones satisfactorias que susciten el apoyo mayoritario en Cataluña y el resto de España».

Es muy necesario avanzar en esta dirección, con la mirada puesta en lograr un régimen racional y perfectamente acabado como es, pongamos por caso, el alemán, en el que bien podríamos mirarnos. Pero la repuesta escéptica que los tres miembros vivos de la ponencia constitucional del 78 dieron a la cuestión de si debe reformarse o no la Constitución debería someternos a un baño de realismo: no existe ni de lejos un clima propicio a un cambio de tanta envergadura. La política ha decaído cualitativamente hasta extremos inquietantes (el descrédito provocado por un inaudito abuso de la corrupción no es ajeno a este fenómeno) y faltan líderes capaces de ponerse al frente de semejante designio, que requiere capacidad personal, disposición a correr riesgos y clarividente visón de futuro. El estado de descomposición en que se encuentra el PP –principal protagonista de una corrupción que supera lo digerible–, las dificultades del PSOE para encontrar su ubicación correcta en una Europa en que la socialdemocracia ha perdido el rumbo, el surgimiento de un nuevo partido de centro-derecha que disputa a los otros la hegemonía y que ha empezado a conseguir las primeras victorias, configuran un marco en que es sencillamente imposible conseguir grandes consensos estructurales sobre una reforma a fondo de la Constitución.

Por ello, aun sin renunciar a la reforma constitucional a medio plazo, no está mal que el PP y el PSOE se dispongan a realizar algunas reparaciones de urgencia en asuntos que requieren decisiones y medidas para no convertirse en rémoras inmanejables. Se anuncian pactos de Estado sobre la financiación autonómica –asunto que el PP no puede/quiere/sabe plantear en solitario y cuya demora paralizará al Estado– y sobre el Plan Hidrológico. Hay varios temas más que requieren avances, y que están en la mente de todos (Sánchez ha presentado recientemente un documento titulado «Diez acuerdos de país»). y alguno particularmente urgente como las pensiones. Se trataría de sustituir, de momento, la reforma constitucional imposible por algunas leyes orgánicas que proporcionen avances puntuales y que llenen la legislatura. Porque es sencillamente indecente la inacción del Legislativo durante este cuatrienio, que demuestra falta de voluntad de los actores presentes, incapaces de negociar si no pueden imponer a los demás su particular visión.

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