Prendimiento de Lula

Al mundo entero ha conmovido la entrega de Lula da Silva a la policía federal brasileña, el pasado sábado día 7 de abril, para acatar la orden de detención dictada por un juez

Julio Malo

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Al mundo entero ha conmovido la entrega de Lula da Silva a la policía federal brasileña, el pasado sábado día 7 de abril, para acatar la orden de detención dictada por un juez. The New York Times proclamaba que se trata de «un giro ignominioso en la notable carrera política de un hijo de trabajadores rurales analfabetos que se enfrentó a los dictadores militares»; el prestigioso rotativo norteamericano describe cómo desde su experiencia sindical construye un partido reformista que gobernó Brasil durante más de 13 años, y a quien el propio Barack Obama llamaba «el político más popular de la Tierra». Sus partidarios hablan de un uso torticero de las leyes para fines de persecución política, y su abogado Cristiano Zanin aclaró a la BBC británica que la condena no es definitiva y tiene derecho a recursos ante tribunales superiores. Se le imputa haber recibido un apartamento de una constructora vinculada a la red de sobornos de la empresa pública Petrobras, cuya posesión él sin embargo niega. El fiscal del caso ha llegado a declarar ante la televisión brasileña: «no necesito pruebas, tengo convicción», después de afirmar que el Partido de los Trabajadores es una organización criminal. Por eso Dilma Roussell, su sucesora en la presidencia ha denunciado en Barcelona la deriva autoritaria de su país, con la complicidad de los jueces.

Luiz Inácio Lula da Silva pronunció un emotivo discurso en la sede del Sindicato de Metalúrgicos ante miles de trabajadores dispuestos a evitar su captura. Pero el veterano y humilde sindicalista de 72 años dijo que iba a entregarse, pues si pensara en sí mismo ya se hubiese ido, pero le debía a su pueblo no devenir en fugitivo; y citó a Neruda: «Los poderosos pueden matar una, dos o tres rosas, pero nunca podrán detener la primavera». Recordó la huelga de la industria del automóvil en 1979, en la cárcel le torturaron para que colaborara en terminar con el conflicto y él respondía: «Yo no voy a hacer nada para acabar con la huelga, los trabajadores van a decidir por su cuenta». Y en este momento se sentía en una situación semejante, denunció las mentiras divulgadas por la prensa y que los jueces aceptaron sin pruebas, y confesó no perdonarles por haber trasmitido a la sociedad que era un ladrón.

En 1986 llegó a ser el diputado más votado de la historia del Brasil; comenzaba así la trayectoria de un humilde obrero metalúrgico que alcanza la presidencia de la República Federativa el 1 de enero de 2003. Oscar Niemeyer dibujó en su exilio el proyecto de Brasilia con la leyenda: «alguna vez esta plaza se llenará de gente», ese día visitó por vez primera su obra, plena efectivamente de una multitud que ondeaba una marea de banderas rojas. Lula dejó la presidencia en diciembre de 2010, en medio de una alta popularidad, en su país las encuestas le concedían un 80% de aprobación, en el exterior pasaba por ser un político entrañable y prestigioso. Ahora es un anciano enfermo, sometido a prisión preventiva por corrupción pasiva, que a pesar de eso o tal vez por eso, las encuestas pronosticaban su victoria en las próximas elecciones presidenciales. La prensa europea apunta a un golpe parlamentario y judicial contra Lula; por encima de esas valoraciones, conmueve la desventura de un hombre que ha luchado por su patria y por su gente, y se encuentra prisionero como en los tiempos de la dictadura militar.

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